Como quien no quiere la cosa, en un nuevo malabarismo de lo efímero, este miércoles el almanaque se planta en Nochebuena. Y uno, que ya se va haciendo mayor, acaba no teniendo más remedio que pensar no ya en todo aquello de la fugacidad de la vida sino en cómo han cambiado la Navidad en particular y las relaciones humanas en general, intoxicadas por el individualismo, la competitividad, la intolerancia, la prisa y esa especie de agotamiento vital ligado a la exigencia (o peor, a la autoexigencia) laboral y al bombardeo tecnológico al que cada persona es sometida sin piedad. A excepción hecha de los más pequeños, afortunadamente parapetados por los muros sólidos de la ilusión, el común de los... Ver Más