El Oceanografic de Valencia, inaugurado en 2003, es el mayor acuario de Europa y un referente en la conservación y estudio de la fauna marina. Daniel García Párraga, veterinario y director de Operaciones Zoológicas , destaca la labor científica y de conservación que se desarrolla en este acuario, así como el cuidado y la búsqueda del bienestar de los animales con los que trabajan. — Un delfinario es una cárcel. —Los delfines no son prisioneros. Viven en condiciones controladas, con sus necesidades cubiertas y un bienestar que no es una opinión y se puede medir científicamente. No por estar en vida libre estás bien. Trabajamos con la Red de Varamientos de la Comunidad Valenciana y nos llegan muchos delfines enfermos, desnutridos, heridos por sus depredadores o incluso por otros delfines o por la actividad humana. — El bienestar animal se basa en la libertad. Si la preocupación es el bienestar animal, hablemos de datos. La percepción basada en la emoción puede ser engañosa, para bien y para mal. En cambio la ciencia nos permite objetivar si un animal está bien a través de muchos indicadores, que no sólo usamos nosotros sino también nuestro auditor en bienestar de la Universidad Autónoma de Barcelona, y todos confirman que los animales no sólo pueden estar bien sino que viven bien con nosotros. — La solución son los santuarios. —Los santuarios de delfines no existen. Cuando Ada Colau quiso acabar con los delfines en el zoo de Barcelona dijo que los mandaría a un santuario y era un santuario que ni existía entonces ni existe todavía, y aquellos delfines los tenemos hoy aquí en nuestra familia, perfectamente atendidos, cuidados, integrados, queridos y sanos junto con 16 delfines más. Hay algunos cercos en el mar, es decir, espacios cerrados pero dentro del mar, sobre todo en la zona del Caribe, y lo que vemos es que los delfines no necesariamente están mejor, que existen dificultades adicionales para su cuidado y que cuando en algunos centros donde se hacen actividades en mar abierto se les abren las compuertas para que salgan, tienen miedo y no quieren salir y si salen en muchas ocasiones vuelven enseguida buscando el refugio de su instalación, en la que se sienten en un entorno seguro y controlado. — Los delfines en libertad viven más. —No es cierto. Según lo últimos estudios, la esperanza de los delfines mulares en acuarios modernos como el Oceanogràfic es entre 2 y 3 veces superior a la de sus congéneres estudiados en medio natural. Actualmente, la esperanza de vida promedio en delfines en zoos y acuarios acreditados es de entre 20 y 31 años , mientras que la esperanza de vida en el mar se establece entre 9 y 15 años para la mayoría de las poblaciones estudiadas en medio natural. La supervivencia ha aumentado mucho en los últimos años en nuestro centros, precisamente porque a través de la investigación científica y la tecnología hemos aprendido a cuidarlos cada vez mejor. — En los animales y en las personas, la libertad es innegociable. —Hay que entender que lo que yo percibo como humano, no es lo que un animal percibe como animal. Nuestros delfines viven en un espacio adecuado, y del mismo modo que el bienestar de tu perro no depende del tamaño del piso en el que vive sino de cómo lo trates, la compañía o los cuidados que reciba; en el caso de los delfines su movilidad es la que necesitan y su relación con el resto del grupo y con los cuidadores, a través de los juegos y de los entrenamientos, les interesa, les vincula y les da seguridad y bienestar. Medimos su bienestar a través de diferentes herramientas basadas tanto en comportamiento como en indicadores fisiológicos: los niveles de cortisol o la función inmunológica, entre otros. — Trabajan por comida. — No, tal como tu perro no va a buscar la pelota que le tiras a cambio de comida porque antes le hayas dejado sin comer. Juegas con él, y por supuesto le das de comer y lo llevas al veterinario, lo acaricias, lo sacas de paseo y estableces un vínculo afectivo con él. Los delfines se vinculan con sus cuidadores a través del juego y el refuerzo positivo (un sistema de premios). Los cuidadores están totalmente conectados emocionalmente a sus delfines y sufren cuando les llaman maltratadores. — Los zoos no tienen sentido en el siglo XXI. —Tienen más sentido que nunca. Cada vez hay una mayor degradación de los hábitats naturales y más especies en peligro de extinción. Cada vez algunas especies encuentran más problemas para sobrevivir en su medio natural. Además, la desconexión de los jóvenes con la naturaleza crece de generación en generación y estos centros sirven para atraerlos al interés por conservar la naturaleza y puedan ajustar su comportamiento y hábitos de consumo para limitar el impacto. Y esto es muy importante: nuestros animales generan un conocimiento científico, a través de la investigación, que nos permite conocer mejor nuestro impacto en el medio y mejorar las condiciones de los animales en el medio natural. — Las belugas. —Nos llamaron de un zoo de Ucrania hace dos años tras prácticamente otros dos años de guerra. Nos pidieron ayuda para evacuar a 2 belugas de Járkov tras mucho tiempo sometidas a los bombardeos, la falta de suministro eléctrico y limitaciones de comida. El traslado fue muy aparatoso, muy complejo, he de decir que el Gobierno de España y el de la Generalitat Valenciana ayudaron mucho para hacerlo posible. Las belugas llegaron muy delgadas, esquivas, con mucho miedo. Hoy viven seguras, tranquilas, perfectamente compenetradas con sus cuidadores. En el contexto actual de guerra, sin su evacuación, estaban condenadas a una muerte prácticamente segura, y nosotros, que somos el único centro europeo que mantiene a belugas, les hemos dado una segunda vida. — Los países civilizados están cerrando sus delfinarios. La realidad no es exactamente así. La mayoría de los países con nueva legislación sobre los delfines, como España o Francia, no prohíben los delfinarios: exigen garantías de bienestar animal para los centros que los mantienen y un compromiso con la educación, la investigación y la conservación. El problema es que en muchos países la presión animalista gana la batalla de la opinión pública y las instituciones tienen miedo de seguir invirtiendo en mejoras para el mantenimiento, extraordinariamente caro, de los delfines. Y entonces, zoos y acuarios prefieren quitárselos de encima. Cada vez quedamos menos centros que se dediquen al cuidado, investigación y conocimiento, y estamos al límite de capacidad del número de delfines que podemos tener. De hecho, hay ya varios delfinarios esperando cerrar y que no pueden reubicar a sus delfines, y esto perjudica la vida de los animales. Se da la paradoja de que los animalistas, que tanto dicen preocuparse por el bienestar de los delfines, probablemente con su mejor intención, acaban por perjudicar su vida y su futuro.