Mientras en muchas partes de España la Navidad se vive entre luces, villancicos y cenas familiares, en la provincia de Zamora el solsticio de invierno despierta una de las tradiciones populares más antiguas y sorprendentes: las mascaradas de invierno. Estas celebraciones no son simples espectáculos folclóricos, sino un puente entre la historia ancestral y la identidad viva de los pueblos zamoranos, donde generaciones conservan ritos que combinan lo mágico, lo pagano y lo religioso. Desde la festividad de San Esteban hasta después de la llegada de los Reyes Magos, pequeñas localidades se transforman en escenarios únicos. Calles y plazas se llenan de figuras enmascaradas, personajes estrafalarios y rituales profundamente simbólicos. Más de veinte pueblos mantienen estas celebraciones, en las que los vecinos, jóvenes y mayores, participan activamente, homenajeando siglos de tradición oral y cultural. Una de las mascaradas más emblemáticas es El Zangarrón de Sanzoles del Vino, declarada Fiesta de Interés Turístico Regional. Cada 26 de diciembre, antes del amanecer, este personaje recorre las calles con un traje de colores, máscara de cuero y numerosos cencerros que anuncian su llegada. Su papel es simbólico: espantar los malos espíritus y atraer la prosperidad para el nuevo año. Además, los quintos del año acompañan al Zangarrón, marcando el paso generacional y reforzando la participación comunitaria. Junto al Zangarrón, otras representaciones llenan de color y ruido la geografía rural de Zamora. En Pozuelo de Tábara, el Tafarrón y la Madama recorren las casas pidiendo aguinaldo mientras combinan teatro y tradición. En Ferreras de Arriba, la Filandorra enfrenta al Bien y al Mal en un juego escénico que involucra a todos los vecinos. En Villarino tras la Sierra, El Caballico y el Pajarico inundan las calles con barro y agua tras la misa del 26 de diciembre, recordando antiguas prácticas de purificación. Y en Vigo de Sanabria, la Visparra recorre las casas con música y máscaras, recuperando ritos que habían desaparecido durante décadas. Estas manifestaciones no se limitan al 26 de diciembre. Durante Año Nuevo y los días siguientes, localidades como Riofrío de Aliste, Abejera y Sarracín de Aliste celebran sus propias mascaradas, con personajes como Los Carochos, los Cencerrones o los Diablos, que simbolizan la renovación del ciclo y la bienvenida al nuevo año. Lo que hace únicas a estas fiestas no es solo su espectacularidad, sino la capacidad de mantener vivas prácticas ancestrales en un mundo en constante cambio. Cada mascarada transmite cultura, memoria y pertenencia: los jóvenes aprenden de los mayores, se preservan símbolos y vestimentas únicas, y se fortalece la identidad de la comunidad. Además, estas celebraciones se han convertido en un atractivo turístico que muestra a visitantes un lado distinto de la Navidad, donde la historia, el misterio y la participación colectiva se mezclan en un mismo ritual. En Zamora, la Navidad no se limita a luces y villancicos. Es un tiempo de rito y celebración donde lo ancestral sigue vivo, y donde los pueblos se convierten en escenarios de una historia que se repite cada año con máscaras, cencerros y entusiasmo que trasciende generaciones.