Un hueco mental

A mí, de pequeño, la vida me parecía un asunto literalmente inabordable. Tanto en casa como en el colegio, me transmitieron la idea de que había que tomarla al asalto, como los piratas del cine abordaban los barcos cargados de oro o de viandas. No me sentía preparado para saltar de una cubierta a otra con un cuchillo entre los dientes. Era un niño poco o nada agresivo, muy dado en cambio a angustiarme por los problemas económicos de los mayores, de cuyas penurias me hacía cargo como si fueran mías (y lo eran, de rebote, pero lo eran). Recuerdo haber ido por la calle de la mano de mi padre o de mi madre preguntándome cómo se ganaban la vida las personas con las que nos cruzábamos. Y recuerdo también fijarme mucho en el aspecto de aquellas personas al tiempo de decirme: