Dulce: las canciones que te dan el derecho a amar mal (sin culpa)

Dulce murió en Navidad, el día más performativo del calendario. El momento en que se supone que todo está bien, que el amor existe, que la familia funciona y que el año termina en paz. Paradójicamente, murió el día de la abundancia emocional obligatoria (...) justo ella, que, en vida construyó una carrera cantando sobre lo que falta, lo que no alcanza, que el amor se fractura, que la espera cansa y que no siempre se gana —sin importar que las cosas se hagan “bien”—.Dulce fue una cantante de excesos emocionales en un país que aprendió a sobrevivir sentimentalmente a través de ellos. Su carrera floreció en una época —finales de los setenta, ochenta completos— en la que el pop mexicano todavía se permitía sentir sin filtros. Antes de que la palabra migajerase volviera de uso nacional, Dulce fue la voz de la insuficiencia afectiva. No es la pionera que cambió las reglas del juego ni la figura que la industria convirtió en mito incuestionable (...) Ella pertenece a otra categoría: la de quienes acompañaron emocionalmente a varias generaciones en sus duelos amorosos.El desamor, una emoción conocida y cercanaMientras el pop de los años ochenta en México buscaba modernizarse y vender una idea de éxito, Dulce apostó por la emoción sin filtro y el drama sin comillas. La mexicana decidió “echarle sal a la herida” con 18 discos publicados, exigiendio que el oyente aceptara algo que hoy resulta incómodo: que sentir demasiado no es una falla moral.Cuando ella nos enseñó que hay “lobos con piel de oveja”, otras figuras del pop de su generación construían imágenes aspiracionales —el glamour, el éxito, la modernidad— Dulce se quedó en un territorio menos rentable: el del desamor persistente. No cantaba la ruptura como liberación, sino como estado permanente. En sus canciones no se “supera”, se sobrevive. No hay empoderamiento post-ruptura; hay una espera, existe la negación y se revisita el pasado.“Dicen que soy tu muñeca”...Su voz era técnicamente impecable, pero lo verdaderamente distintivo era su disposición a exponerse emocionalmente sin protección. Dulce cantaba como si estuviera amando sin estrategia y de forma muy empírica, pero lo agradable de “exponerse” radica en jamás pedir disculpas por sentir demasiado.Eso la volvió profundamente anticuada para algunos y profundamente necesaria para otros.Con el paso del tiempo, se le colocó en una posición incómoda dentro del canon. Porque la cultura pop, cuando envejece, prefiere personajes que puedan resignificarse como íconos: figuras que puedan leerse desde la moda, el camp y la nostalgia rosa. Dulce no encaja del todo ahí. Fue demasiado frontal y demasiado honesta, para caer fácilmente en meme Dulce sigue doliendo, y el dolor no siempre es reutilizable, porque, cuando se ama de forma libre y sin tapujos, todos marcan diferente… Tal vez por eso su música nunca se volvió “cool”.“Seré, tu amante o lo que tenga que ser”...Sus canciones —baladas enormes, letras al borde del exceso y arreglos que amplifican el drama— no envejecieron con la elegancia minimalista que hoy se celebra. Envejecieron con marcas y arrugas emocionales. Siguen sonando intensas, largas y como sentimientos que no aprendieron a adaptarse a los nuevos códigos de la sofisticación emocional. En tiempos donde el desapego se vende como madurez, Dulce suena casi radical.Escuchar a Dulce hoy no es un gesto nostálgico inocente; es una elección. Es aceptar una forma de sentir que ya no se premia públicamente; es reconocer que no todo se supera y que hay amores que simplemente se quedan a vivir en una canción.Sus canciones acompañaron a generaciones que no tenían el lenguaje terapéutico para nombrar sus emociones, pero sí tenían una balada para sobrevivirlas. Dulce fue banda sonora de cocinas, de cuartos cerrados, de trayectos largos en silencio y para esos amantes que siempre vuelven —aun sabiendo que no deberían —. De la migaja emocional a morir en NavidadSus canciones no circulan con estridencia y no aparecen en listas de descubrimientos virales. Circulan de otra manera: en playlists privadas, en covers, en comentarios anónimos que dicen “esta canción me salvó”. Dulce no se escucha para quedar bien; se escucha para sentir algo que no se quiere decir en voz alta.Dulce fue —sin pedir perdón, sin maquillarlo— profundamente migajera. Y en ese gesto hay algo casi político.En un mundo que exige eficiencia emocional, Dulce defendió el derecho a sentir de más. A quedarse sin esperar nada a cambio. A insistir y también a navegar en el dolor. Su legado no se mide en revoluciones musicales ni en tendencias estéticas, sino en acompañamientosQue haya muerto en Navidad no la convierte en símbolo, la confirma. Dulce pertenecía a ese espacio incómodo entre lo que se celebra y lo que se sufre. Entre el ideal del amor y su fracaso cotidiano. Su voz seguirá apareciendo cuando nadie está mirando y cuando el exceso emocional vuelve a pedir espacio.Porque, cuando Daniela Romo nos hizo enaltecer y soñar con que nuestros jefes se enamoren de nosotros en Pobre Secretaria, Dulce nos puso crucigramas emocionales con Cuál de los dosy repensar nuestro papel sentimental en Déjame volver contigo.Dulce tenía razón cuando en Soy una damadijo: “Porque fuí gigante como amante (...) para qué contarte, si lo sabes ya”.