Hagamos un poco de historia. A finales del siglo XVI abundaban las peleas religiosas en Francia. Los protestantes (hugonotes) andaban a la greña con los católicos, fieles a Roma. Se cuenta que Enrique de Borbón o Navarra quería ser el rey de toda la Francia. Pero la norma decía que solo los católicos eran merecedores de ese derecho. Enrique IV fue rey porque antes se convirtió “supuestamente” al catolicismo, y así pudo ser entronizado con toda solemnidad en la misa convocada al efecto en la catedral de Chartres. Se le atribuye, sin seguridad, la frase “París bien vale una misa”. Dejemos la historia y vayamos a la realidad ecosocial de principios del siglo XXI; la antesala de muchas decisiones importantes. Hubo una celebración en la Cumbre (casi misa) del Clima de París en diciembre de 2015. Allí acudieron, sin distinción de credo religioso en principio, los dirigentes (partes) de casi todo el mundo. Barruntamos que actuarían movidos por sus respectivos dioses. Sea por lo que fuere, una vez allí firmaron un gran acuerdo. Se trataba de un tratado internacional sobre el cambio climático jurídicamente vinculante. Con el tiempo fue adoptado por 196 partes (países y similares) y entró en vigor el 4 de noviembre de 2016. Su objetivo era limitar el calentamiento mundial por debajo de 2 , preferiblemente a 1,5 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales. Pero además se establecían compromisos nacionales de reducción de emisiones (junto con mecanismos de transparencia y revisión periódica de metas). No faltó la promoción de la cooperación internacional (financiación climática y apoyo tecnológico a los países en desarrollo). En diciembre de 2025 se ha recordado que han pasado ya diez años, pero sobre todo que se necesitan más “misas”. Ya se han celebrado las que homenajean a las energías renovables en auge, a la transición energética, a la disposición de normas internacionales, a la renovación de los compromisos de países en sus agendas globales y de política interna, y alguna cosilla más que empieza a ser gestionada por las mentes de una ciudadanía cada vez más atenta a su despilfarro energético y la desigualdad social. En España hemos ido junto con otros a “misas con penitencia” . Pero hemos logrado que el Guggenheim se retire del proyecto que pretendía destruir una reserva de la Biosfera; limitar el comercio de armas con Israel, un paso clave para reducir la implicación de nuestro país en el genocidio. También hemos de celebrar el no tajante al proyecto de la macrogranja de Noviercas (Soria), y la aprobación de una ley de movilidad sostenible (un poco coja) . Ahora no me acuerdo en que fase de confusión está el derribo del mastodonte hotel El Algarrobico. Sí, aquel por cuya demolición se ha dejado la piel la gente de Greenpeace. Pero claro, el balance no es perfecto. Las emisiones globales de GEI siguen creciendo por encima de lo deseable, la financiación escasea y la exigibilidad imprescindible se ha relajado. Nos quedan plegarias para enterrar de forma definitiva el proyecto de Altri en Galicia, impedir las prórrogas a las centrales nucleares; proteger el Pirineo de la Administración embustera que quiere convertirlo en un “Pireneland”. Y nuestros grandes retos: impulsar soluciones reales frente a los grandes incendios forestales y exigir medidas de adaptación y mayor ambición climática frente a la dependencia de los combustibles fósiles. En el contexto actual y futuro ha entrado con fuerza el gran fabulador señor Trump, que supongo irá a sus misas redentoras en las que no se habla para nada de París 2015 . Debe de ser porque su inspiración divina le susurró que debía retirarse. ¡Vaya si lo hizo enseguida! A la vez, los europeos iban avanzando hacia la descarbonización, aunque se han relajado un poco (sic) por las presiones de los fabricantes de coches. En fin, que aquel acuerdo se consideró histórico para parar la ignorancia climática; y lo fue. Pero una década después, el planeta sigue calentándose a un ritmo demasiado acelerado. Parte de los tizones son nuestros. La palmatoria que portan algunos países y ONG alumbra poco. En el púlpito mundial, el señor Trump, y otras celebridades políticas o empresariales, siguen vendiendo la falta de sinceridad descarbonizadora y la ausencia de convicciones éticas con las generaciones futuras. Se duermen en un clima general de indiferentismo . No solo en Norteamérica. En Europa, muchos dirigentes y empresarios energéticos le han copiado la letanía al mandatario americano: Yo soy yo, y no quiero saber nada de las circunstancias, de otros claro. Me gustaría invitarlo a un debate con los periodistas de El Mundo Today. Estos recogían algunas caricaturas de las letanías climáticas: “Es falso que los océanos estén subiendo su nivel , quizá nosotros nos estamos hundiendo ”; “Caballeros, ha sido un honor negar el cambio climático junto a ustedes”; “Greta Thunberg y Donald Trump ganan el Nobel de la Paz ex aequo ”. Esos periodistas españoles mal humorados no dejan de “atizar” el tizón climático: “ Europa hace balance tras los últimos comicios y presenta la Agenda 1930 ”; “ Las clases altas empiezan a preocuparse por el cambio climático al ver que no hay nieve en Baqueira ”; “ La llegada del frío a Madrid en enero demuestra que ha sido duro, pero se ha ganado la lucha contra el calentamiento global ”; “ Los osos polares empiezan a buscar piso en tu barrio, pues cerca del Polo ya no pueden estar ”. Y otras muchas más. La “justicia climática” los debería castigar por malvados con misas diarias hasta París 2035; en las cuales las homilías serían negacionistas, retardistas e incluso colapsistas. En fin, vaya para todos el deseo de que 2026 no bata nuevos récords de calor (temperatura) mundial. Aunque para eso tengamos que ir a las “misas” de quienes piensan que los creyentes del cambio climático lo tenemos como un dogma de fe ; similar en dimensión a su religiosidad anticlimática –puede que basada en el creer sin sentir que hubiera dicho Juanjo Millás–. Se me olvidaba la bélica existencia de Gaza, Sudán del Sur, Mali, Ucrania, etc. Cada una de ellas necesita muchos actos de fe global. ¡Hasta París 20235! Un mundo ecosocial por construir nos interpela. ______________________________________ Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.