‘Aro Berria’, la memoria en cine de las comunas que cuestionaron la familia y sembraron la utopía

Desde finales de los años 60, España vio florecer numerosas comunas contraculturales más allá de las grandes ciudades o la meca hippie de Ibiza. La película Aro Berria , primer largometraje de Irati Gorostidi –que obtuvo una mención especial en el Festival de San Sebastián–, retrata la expresión de este movimiento en el valle de Ulzama (Pirineo navarro) durante la Transición. Pese a su diversidad –rurales, urbanas, anarquistas o místicas–, todas estas comunas compartían un objetivo: construir una alternativa a la familia y anticipar la creación de un mundo utópico. Irati Gorostidi no eligió una comunidad cualquiera. Arco Iris, por la que pasaron sus padres, fue una de las más controvertidas. Denostada por una parte de la prensa alternativa y repudiada por sus propios exmiembros, sus métodos no dejaron indiferente a nadie. Tras un extenso trabajo documental , la cineasta revisita aquellos experimentos desde un presente carente de utopías. La cinta presenta la vida cotidiana como un campo de batalla fundamental de la Transición. La primera parte muestra la derrota política de unos jóvenes obreros, desencantados con la izquierda tradicional y los sindicatos de clase, incapaces de entenderse con los más veteranos de la fábrica. Influenciados por el feminismo, el psicoanálisis y la contracultura , para ellos no bastaba acabar con el patrón: querían matar al padre. Estos jóvenes consideraban a la familia nuclear como la piedra angular del sistema social. Inculcaba, desde el nacimiento, comportamientos egoístas y competitivos en los individuos, perpetuando la desigualdad y abocando a la humanidad al colapso. Así, no bastaba con tomar el poder, sino que veían necesario cambiar las relaciones humanas. Las comunas aparecieron como la solución natural al problema de la familia. La segunda parte del largometraje ilustra este tránsito. En Arco Iris, los colores grises de la fábrica se sustituyen por los de una comunidad habitada por jóvenes sonrientes que visten ropas de colores y comparten habitación. Los mantras, meditaciones y expiaciones públicas de este grupo protagonizan una gran parte de la película. Gorostidi reunió a actores y actrices no profesionales y los sometió a algunas de estas terapias. ¿Por qué practicaban rituales tan extraños? ¿Por qué la directora le dedica tanta atención a estas escenas? No se retrata la comuna como simple grupo de jóvenes hedonistas en busca de sexo y drogas, sino como un ambicioso proyecto de revolución vital – Aro Berria significa “nueva era” en euskera– a la altura de los falansterios fourieristas, las colonias anarquistas o los sanatorios naturistas . Al igual que estos, las comunas se basaron en la creencia rousseauniana de que, al cambiar las reglas de socialización, emergería el “buen salvaje” que el sistema social se había encargado de reprimir y enajenar. Las comunas optaron por diversos métodos para anticipar la nueva vida. Algunas crearon arte y otras experimentaron con psicodélicos o iniciaron la vuelta al campo . Arco Iris, en cambio, optó por las terapias más extremas de la época, combinando el esoterismo –al estilo de la Rajneeshpuram de Osho, popularizada por la serie Wild wild country –, con una interpretación radical del psicoanálisis que recuerda a la actitud irreverente de la Kommune 1 de Berlín o, en su deriva más sectaria, la Friedrichshof de Otto Muehl . Por tanto, las largas sesiones que aparecen en la película no son decorativas. Permiten entender el extenuante camino que algunos emprendieron para poder vivir en armonía. Irati Gorostidi no cae en la idealización. Históricamente, estas comunidades arrojaron resultados inesperados y no lograron erradicar de un plumazo los comportamientos que pretendían deconstruir. El hombre y la mujer nuevos no aparecieron por arte de magia al sustituir la familia por la comuna. Persistieron las desigualdades de género, algunas personas vieron amenazada su autonomía individual y surgieron hiperliderazgos. Resulta sorprendente que Gorostidi haya preferido no tratar esta cuestión, pues Arco Iris contó con la figura carismática de Emilio Fiel, también conocido como “Miyo” . A pesar de sus problemas, sería un error calificar estos experimentos de fracaso total. Si bien no culminaron su utopía, la realidad social no volvió a interpretarse en los mismos términos. Donde más evidente se hizo esta ruptura fue en la concepción de la familia y la sexualidad. En sintonía con el feminismo y los movimientos LGTB+, las comunas erosionaron la rígida autoridad patriarcal, impulsaron la autonomía de los hijos y allanaron el terreno cultural para la normalización del divorcio o el derecho al aborto. Además, sin aquella ruptura, hoy carecerían de su significado actual conceptos como “neorrural”, “ cohousing ” o “poliamor”. Cambiaron el mundo, aunque no siempre en la dirección esperada . El estreno de la película abre, pues, un debate necesario. Medio siglo después, todavía experimentamos paradojas similares. Seguimos buscando esa misma autenticidad y conexión con los demás y la naturaleza, pero lo hacemos a través de un prisma individualista y mercantilizado: retiros de yoga de fin de semana, “ colivings ” de diseño y filtros de Instagram. También padecemos una importante crisis existencial –que ilustran el predominio de las distopías y los augurios catastrofistas –, pero carecemos de la capacidad de imaginar utopías igualitarias, justas y resilientes. En definitiva, Aro Berria , devolviéndonos la mirada al pasado, nos permite evaluar con empatía y cierta distancia crítica los intentos recientes más radicales de hacer la utopía realidad. Que active (o no) la imaginación de otros mundos posibles ya es responsabilidad del público. __________________________________________ Luis Toledo Machado. Investigador postdoctoral en Historia Contemporánea, Universidade de Santiago de Compostela. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation . Lea el original aquí .