Avalado - La asociación entre frío y enfermedad provoca recelo, y especialistas recuerdan que sin vigilancia pueden aparecer riesgos si no se controla bien la temperatura, el sol o la calidad del aire Por qué se regala carbón a los niños que se han portado mal: el origen de esta tradición que perdura El aire gélido que recorre los fiordos de Noruega moldea desde siglos el modo en que sus habitantes entienden el bienestar. Ese clima frío, muy distinto al del sur de Europa, ha hecho que las familias aprendan a convivir con las bajas temperatura s y a aprovecharlas para favorecer la salud, en lugar de temerlas. En este entorno, los días cortos y la luz tenue del invierno se integran en la vida cotidiana. La exposición al exterior se asume como una parte natural del desarrollo infantil, y con ello surge la costumbre de dejar que los niños duerman fuera incluso en pleno invierno. De ese modo, el frío deja de ser un obstáculo y se convierte en un elemento esencial del cuidado y la educación. La siesta nórdica es una práctica habitual en guarderías de Noruega, Suecia y Finlandia que consiste en dejar dormir a los bebés al aire libre en sus carritos, bien abrigados y bajo supervisión. Los niños descansan entre una y tres horas, protegidos con mantas térmicas y ropa impermeable, mientras los educadores controlan su temperatura. Esta costumbre, muy arraigada en el norte, se asocia a un modo de vida que valora el contacto constante con el entorno natural y que considera el frío un aliado para fortalecer la salud y la adaptación. Origen de esta forma de siesta La práctica se apoya en la filosofía conocida como friluftsliv , traducida como “ ida al aire libre , que forma parte del pensamiento cotidiano en los países nórdicos. Este enfoque defiende que pasar tiempo fuera fortalece el sistema inmunitario y mejora la autonomía desde los primeros meses de vida. Tanto en familia como en las escuelas se fomenta el contacto diario con el exterior, sin que el mal tiempo sirva de excusa. Esa coherencia cultural hace que la siesta en patios o terrazas no se perciba como un riesgo , sino como una extensión natural de la rutina infantil. En la práctica, cada niño se acostumbra progresivamente a dormir en entornos abiertos d esde las primeras semanas de vida, adaptando el abrigo y la duración según la edad. Para qué sirve y beneficios Estudios realizados en Finlandia y Suecia apuntan que los niños que duermen fuera tienen siestas más largas y profundas , lo que mejora su descanso nocturno. Investigaciones de la Universidad de Gotemburgo han observado además una reducción de resfriados y alergias en quienes pasan más horas al aire libre, efecto que se atribuye a la exposición a microorganismos variados y a un aire menos contaminado. Padres y educadores informan que los pequeños se muestran más activos, enferman con menor frecuencia y se adaptan mejor a cambios de entorno. Asimismo, el contacto con la luz natural contribuye a regular los ritmos circadianos y a mantener un equilibrio entre descanso y actividad . Con ello se favorece también el desarrollo emocional y la capacidad de concentración en las etapas tempranas. Críticas en España En España, la idea de dejar dormir a los bebés fuera de casa genera recelo. La asociación cultural entre el frío y la enfermedad hace difícil aceptar que un niño duerma al aire libre con temperaturas bajas. Expertos recuerdan que, sin control adecuado, pueden existir riesgos de hipotermia o sobrecalentamiento , especialmente si no se vigila la calidad del aire o la radiación solar. Además, algunos estudios señalan que no hay diferencias significativas en salud entre los niños que duermen fuera y los que descansan dentro. Por eso, las autoridades sanitarias recomiendan prudencia y supervisión constante si se pretende aplicar esta costumbre en contextos más cálidos o urbanos. Cómo adaptarlo a la realidad española En el entorno mediterráneo, la siesta nórdica puede adaptarse priorizando el aire fresco de otoño e invierno y evitando temperaturas extremas . Guarderías y familias podrían iniciar sesiones cortas de descanso exterior, de unos 30 minutos, en zonas resguardadas del viento y con control de temperatura y ruido. El uso de ropa por capas, mantas ligeras y carritos con certificación de seguridad permitiría reproducir parte de los beneficios sin asumir riesgos. Con supervisión cada pocos minutos y coordinación entre educadores y padres, los niños podrían disfrutar del aire libre sin comprometer su comodidad. Así, el clima frío, tan característico del norte, se transformaría en una oportunidad para mejorar el descanso y reforzar la salud infantil también en el sur de Europa.