El concepto gana terreno en países como Francia o Alemania, donde es habitual desde hace décadas, y en España empieza a ganar terreno: se trata de comunidades residenciales pensadas para personas mayores activas, donde cada uno vive en su propio apartamento, pero con servicios y espacios comunes que facilitan la convivencia y combaten la soledad . Lejos de la imagen asistencial y silenciosa que aún pesa sobre las residencias, este nuevo modelo de vida para mayores irrumpe en España: espacios donde la independencia, la vida social y el bienestar conviven con servicios de alto nivel. Una manera radicalmente distinta —y cada vez más demandada— de seguir disfrutando de la vida a partir de los 65. Máxime en un país como España donde según datos del INE, hay más de dos millones de personas mayores de esta edad que viven solas , una cifra que no deja de crecer y que se hace más visible precisamente en estas fechas. Una época especialmente difícil para muchos mayores, donde las agendas familiares se estrechan, los silencios se alargan y la sensación de quedarse al margen de la vida cotidiana se acentúa. Frente a este escenario, algunos están empezando a replantearse cómo quieren vivir esta etapa de la vida. No se trata de renunciar a la independencia ni de «entrar en una residencia», sino de encontrar un modelo que combine autonomía, vida social y seguridad. Es el caso de Luis Lomo, ingeniero naval, nacido en 1939 y con 86 años recién cumplidos. Este hombre vive junto a su mujer en Las Arcadias, el primer 'Senior Living' que puso en marcha este concepto en Madrid. «No buscábamos una residencia. Visitamos muchas y ninguna nos convenció. Eran sitios para estar enfermo. Nosotros estábamos bien», explica. La diferencia, dice, radica en el enfoque: «Aquí estás en tu casa. Si quieres hacer vida social, la haces. Si no, nadie te obliga. Es lo más parecido a un colegio mayor para mayores». Lomo desarrolló toda su carrera profesional en el sector marítimo, primero en Bilbao y después en Madrid. Al jubilarse, él y su mujer vivían en Majadahonda, pero la gestión del día a día empezó a pesar. «El problema no era la casa, era todo lo que la rodea: la ayuda doméstica, la organización, la soledad. Aquí eso desaparece». Sus hijos, cuenta, lo entendieron desde el primer momento. «Ahora vienen más, comen aquí con nosotros, se quedan a dormir si quieren. Están tranquilos». Gema Cornejo llegó a esta misma comunidad tras años viviendo entre Madrid y Barcelona, con cierta desconfianza inicial. -A sus 83 años, esta decoradora necesita actividad y sigue trabajando en proyectos personales. «Vine casi obligada por mis hijos y salí fascinada», reconoce. «Me encantó el ambiente, la gente, los espacios. Decidí venirme enseguida». Para ella, la clave es la libertad: «Puedes estar sola si te apetece o compartir planes cuando quieres. Yo sigo yendo a exposiciones, quedo con amigas, trabajo. Aquí no te apagas». Y añade algo fundamental: «No es una residencia. Es como un hotel en el que tienes tu casa, tu vida, y te quitan los problemas prácticos». José Gamazo, 83 años, viudo desde hace tres décadas y profesional del mundo de la comunicación y la empresa, lo define como un proceso más que como una decisión puntual. «Llevaba años pensando cómo quería vivir esta etapa. Aquí tengo independencia, servicios y una red que te da seguridad. Eso cambia mucho la calidad de vida». Especialmente, subraya, frente a la soledad doméstica: «Antes salía de casa para no estar solo. Aquí puedo quedarme solo y estar tranquilo, porque sé que no estoy aislado». En estas comunidades, el día a día se construye a base de elecciones personales: actividades culturales, clubes de lectura, piscina, gimnasio, comidas compartidas o simplemente conversaciones improvisadas en un salón común. «Bajas en ascensor y ya estás en la vida», resume Gamazo. «Eso, a los 80, es un lujo». Durante la Navidad, admite, «esa diferencia se acentúa». Donde antes había silencios, ahora hay mesas compartidas, visitas familiares que se alojan en el propio centro y la posibilidad de celebrar sin renunciar a la intimidad. «Aquí nadie está obligado a nada, pero nadie está solo si no quiere», resume Luis. España sigue siendo un país donde dejar la casa propia cuesta, incluso cuando se está bien. Pero cada vez más mayores empiezan a cuestionar ese modelo. «No para dejar de vivir, sino para seguir haciéndolo acompañados», concluye este hombre.