Esta historia comienza con una tarta, unas velas y un deseo. Musa acaba de cumplir 18 años, una edad que para muchos chicos como él marca el inicio de la incertidumbre. Hace solo una semana dormía en la calle, recién llegado a España desde Gambia. Hoy, sin embargo, pasa la Navidad en Ontur, un pequeño pueblo de Albacete, sentado a la mesa de una familia que le ha abierto su casa y su corazón. Musa no es una excepción por su historia, sino por su suerte. En España hay cerca de 17.000 menores migrantes que crecen en centros de acogida y apenas 167 plazas de transición a la vida adulta cuando cumplen la mayoría de edad. Muchos quedan fuera del sistema de protección de un día para otro, pero él estuvo a punto de ser uno de ellos hasta que Pablo, un voluntario, se cruzó en su camino y decidió no mirar hacia otro lado. Pablo conoció a Musa hace apenas diez días mientras hacía un voluntariado con la Fundación Soñar Despierto, que trabaja con niños en centros de acogida. "Yo estaba con dos niñas de 5 y 4 años para darles los regalos de Navidad, y ahí es cuando se cruza Musa, que venía a hacer de Baltasar", ha explicado. La conexión entre una de las pequeñas y el joven fue instantánea, y fue así como Pablo comenzó a hablar con él y descubrió su situación: "Me contó que en 5 días cumplía 18 años y tenía que abandonar el centro". La situación de estos jóvenes es extremadamente precaria. "Los mal llamados MENAS reciben 10 euros a la semana cuando están en un centro tutelado", ha señalado Pablo. "Con 10 euros en Madrid a la semana, no puedes ni comprarte el bono transporte". De hecho, ha contado que tuvo que pagarle el metro de vuelta a Musa, que había recorrido cinco kilómetros andando para participar en el voluntariado. Tras ese primer encuentro, Pablo le dio su teléfono y le dijo que no dudara en llamar si no encontraba alojamiento. La llamada llegó poco después. "Llamé a mis padres antes y les dije: 'Oye, que voy con mi pareja y también con un chico de Gambia'", ha relatado. La reacción de su madre fue de sorpresa, pero Pablo fue claro: "Mamá, pues que mañana, bueno, hoy va a cumplir 18 años y lo ponen en la calle, literal". Sin dudarlo, la familia le abrió las puertas de su casa en Ontur. El cambio en Musa en solo una semana ha sido notable. Pablo ha descrito cómo, al principio, el joven iba en el coche con la "mirada perdida", pero pocos días después ya preguntaba con curiosidad por los paisajes de Albacete. "En una semana parece otra persona cuando le hemos dado esa confianza, seguridad y estabilidad que no había tenido en estos dos años que lleva en España", ha afirmado. Un tiempo que comenzó con una durísima travesía de siete días en patera para cruzar el océano. A pesar de las dificultades, la única preocupación de Musa es encontrar un empleo. "Él solo quiere trabajar, trabajar, y mandar dinero a su mamá. Ese es su único objetivo", ha explicado Pablo. Esta determinación es un reflejo del potencial de muchos jóvenes que solo buscan una oportunidad. De hecho, Musa está estudiando fontanería y, gracias a la visibilidad de su caso, una empresa de reformas ya se ha interesado por él. "No tengo ni fontaneros, ni meseros, ni electricistas, ni pintores. El día que acabe su curso, que no busque trabajo", le dijo el responsable de la compañía a Pablo. Pablo, que trabaja en la entidad SEAF, ha insistido en la necesidad de un cambio estructural. "Pedimos a las administraciones que no los dejen en la calle, porque muchos de ellos se ven obligados, no solamente a dormir, sino a sobrevivir". Ha recordado que una gran parte de los 17.000 niños en centros de acogida tienen nacionalidad española y que la falta de recursos afecta a todos por igual. "España no es que sea solidaria, es que además necesita de la inmigración", ha concluido.