Durante décadas, la idea de generar electricidad aprovechando la rotación de la Tierra se consideró un callejón sin salida. No por falta de imaginación, sino porque la teoría parecía cerrada: cualquier intento quedaría anulado casi al instante por la redistribución de cargas. Un nuevo experimento de laboratorio no promete energía gratis ni revoluciones industriales, pero sí algo igual de incómodo para la física: una señal real, medida, que no encaja del todo con ese consenso.