Una vida prestada

Si nos atenemos a la escueta sinopsis de Giorgio Manganelli («un autor escribe un libro sobre un autor que quisiera escribir un libro sobre un autor que, incidentalmente, ha estado tentado de escribir una biografía ficticia; de este autor no se tiene prácticamente ninguna otra noticia que no sea engañosa o tautológica, y la única noticia 'verdadera' es que Sebastian, escritor, ha escrito libros»), la trama de 'La verdadera vida de Sebastian Knight' de Vladimir Nabokov parece una transposición novelesca de un dibujo de Escher. Se puede prescindir de tal modelo para leer esta novela como un pequeño tratado del alma exiliada y un irónico cuestionamiento de la biografía literaria como género . Basta con aceptar que el verdadero héroe del libro es el narrador, ese misterioso V. que intenta defender la reputación de su medio hermano y refutar, de paso, una mediocre biografía, en la que los prejuicios han terminado por deformar los rasgos del escritor. Nacido el 31 de diciembre de 1899 y muerto en enero de 1936, Sebastian tiene, como Nabokov, una biografía truncada por la revolución bolchevique. Su vida sentimental está marcada por dos mujeres, a las que abandona. Esto es casi todo lo que sabemos de él, salvo que, además, ha publicado varias novelas y relatos, a los que deberíamos conceder la misma importancia que al resto de sus señas de identidad. Desde el principio, V. trata de rehabilitar a su hermanastro en contra de una opinión demasiado vulgar: la de que Sebastian Knight fracasó como artista porque se desvinculó del 'mundo de la vida'. Un biógrafo que responde al paródico nombre de Goodman escribe, por ejemplo, que Sebastian «se las arregló, sin ser de naturaleza cínica o insensible, para jugar con las emociones íntimas que el resto de la humanidad considera sagradas». Roy Carswell, retratista del joven Sebastian, atrapa en su cuadro una especie de alienación egocéntrica; cierta expresión en los ojos y el rostro del retratado lo vuelven un «Narciso en su estanque». Hasta la amante lo califica de «hombre difícil (...), demasiado absorto en sus propias sensaciones e ideas para comprender las de los demás». Pronto empezamos a desconfiar de la obsesión de V. con el pasado de su hermanastro. Solo, en un país extraño y con una lengua desconocida, V. hace esfuerzos desesperados por encontrarle un sentido a su propia vida. La hosca imagen de su medio hermano ha dejado en él una extraña insatisfacción, hasta tal punto que su existencia sólo parece tener sentido si la del otro la tuvo, y si su libro es capaz de establecer la resonancia entre aquel pasado ajeno y su presente difuminado. V. quiere ser «científicamente preciso», pero todas sus averiguaciones parecen desmentir cualquier precisión. Todo conspira para apartarlo del pasado de su hermanastro. Al principio, una serie de obstáculos le obligan a concentrarse en lo que considera el hilo central de esa vida: la pasión por una misteriosa mujer rusa. La parábola de su fracaso llega hasta la escena final, cuando por un desdichado error el protagonista vela los últimos minutos de un falso Sebastian en la clínica, mientras el verdadero muere solo en la habitación de al lado. Insatisfecho con el repertorio de ideas generales con que el biógrafo Goodman despacha una imagen 'definitiva' de Sebastian Knight, pero también con su propio repertorio de recuerdos, V. se da cuenta de que esa vida insiste en cambiarle certezas por galerías ilusorias y callejones sin salida. Estas metamorfosis semisecretas son como un juego cuya regla principal consiste en traspasar las tres barreras o pruebas fundamentales que ha enumerado el propio Sebastian: «Recuerda que cuanto te dicen llega a través de tres metamorfosis: construido por el narrador, reconstruido por el oyente, oculto a ambos por el protagonista, ya muerto, del relato». Traspasadas esas barreras, la búsqueda se vuelve un recorrido laberíntico: no hay demasiadas cosas 'reales' fuera de esas tres condiciones. La investigación de V. acabará convertida en un puzle al que le faltan piezas fundamentales. Su búsqueda de la amante de su hermano lo conduce a un hotel cuyo encargado se niega a darle los nombres de los huéspedes registrados en junio de 1929. Por suerte, V. tropieza en el tren con un tal Mr. Silbermann, misterioso detective 'pro bono' que le aportará datos clave para encontrar a su escurridiza dama. Aquí entran en escena varios críticos, dedicados a advertirnos sobre Mr. Silbermann como un 'alter ego' de Mr. Siller, personaje de un relato del propio Sebastian, 'The Back of the Moon'. Silberman aconseja a V. que desista en su búsqueda porque «no se puede ver la otra faz de la luna (...) Lo pasado es pasado». La metamorfosis de un personaje de la obra de Sebastian (Mr. Silver) en un personaje real de la indagación de V. (Mr. Silbermann) nos indica que la solución para esa discontinuidad, para esos espacios en blanco con los que V. tropieza a cada paso mientras intenta reconstruir el pasado reside en el orden de la ficción, en la propia novela que estamos leyendo. Ese juego de voces (un libro que habla de un proyecto que es él mismo) hace de La verdadera vida... un ejemplo insuperable de 'novela-trampa', donde la narración de una cadena de fracasos y equívocos permite saltar sobre esos mismos fracasos y equívocos. La búsqueda frustrada de V. es una parábola sobre la incapacidad última de lo biográfico y la autonomía de la invención novelesca, concebida incluso como una posibilidad de metempsicosis voluntaria. Entre la papelería póstuma de su hermanastro, V. descubre un curioso anuncio de periódico, publicado por Sebastian bajo la apariencia de un tal Mr. H.: «Autor biografías ficticias busca fotografías de caballero aspecto eficiente, sencillo, aplomado, abstemio, preferiblemente soltero. Pagará por fotos de niñez, juventud, madurez para publicar en obra mencionada». Los resultados de tan extraña convocatoria «iban a ser usados –se nos aclara– en un libro que Sebastian nunca escribió, pero que acaso contemplara en el último año de su vida». Enemigo de la complaciente soberbia de la biografía como género, Nabokov nos invita a pensar en el alma como lo contrario de un estado constante y mensurable en circunstancias definitivas. En una de las últimas escenas del libro, el confundido narrador entrega, al mismo tiempo, la dimensión más borrosa y más reveladora de la foto de Sebastian: «La vida futura puede ser la capacidad de vivir conscientemente en el alma escogida, en cualquier número de almas, todas ellas inconscientes de su carga intercambiable».