Pocas veces he visto caer la lluvia, en duelo con luminiscencias, como la he visto en algunos de los dramáticos cuadros de Marysole Wörner Baz.Nunca he visto despliegue más antidramático del enigma como lo he visto en algunas de las pinturas de Danielle Gallois.Mexicana la primera; francesa de origen y mexicana por acatamiento de destino la segunda.Volver ahora a ellas.***Marysole Wörner Baz nació en la Ciudad de México en 1936 y era de estirpe artística. Fueron sus tíos el ingratamente poco reconocido pintor Emilio Baz Viaud y el también pintor (este sí más recordado) Ben-Hur Baz Viaud. Su hermano, Juan Wörner Baz dejó huella en la arquitectura mexicana en obras de intención funcionalista. Fue Juan quien, según sé, nunca dejó de estar al pendiente de su hermana y, me consta, fungía devotamente como su principal admirador. Fue él quien le construyó la casa que habitaba Marysole en Tepotzotlán. En una ocasión fui depositario de la expresión admirativa de Juan por su hermana. Me dijo: “Mi hermana ha alcanzado en la pintura niveles colorísticos rembrandtianos”. Estábamos en casa de Marysole. Media hora después la artista quiso enseñarnos a mí y a otros invitados, algunas de sus obras que mantenía en resguardo en su taller ubicado a unos metros de la casa. Cuando vi algunas de las pinturas que Marysole nos mostraba, corroboré lo que Juan me había dicho. Cuadros de gran formato en los que Marysole había conseguido pintar escenas con el oro de la luz: rostros y almas de jóvenes llamados punketos, a los que previamente ella había visitado y fotografiado en Tepotzotlán. Enseguida pasó a mostrarnos lienzos paisajísticos de mucho tiempo atrás: lluvia y pastos. Pastos silbados y doblegados por el viento o pastos en composición hiératica; lluvias azotando muros, o desparpajando escenas citadinas o rurales. Pasó a mostrarnos pinturas con el motivo de la muerte (calacas), que a mí es la parte de su obra que menos me ha atraído; pero en las que sin embargo se reconoce de inmediato la intención de la artista en afortunada recreación de un símbolo tradicional pero dotándolo con motivos de verdadera celebración de movimientos: la muerte viva en acción celebratoria: un grupo de esqueletos ejecutando una danza, o un esqueleto autocrucificándose. Fue al mostrarnos uno de esos cuadros cuando le pedí se quedara quieta un momento para tomarle una fotografía.Al final nos mostró sus esculturas en madera, algunas de gran dimensión y otras que concentraban la belleza de lo pequeño: libros abiertos, desbordándose en sus hojas de madera; cerrados otros, duros, lustrosos, y dejando entrever las vetas y relieves del material con que habían sido creados.Al dar por terminada su exposición personalizada, conversé unos minutos con Marysole. Le pregunté: ¿cómo pintaste esos paisajes de la lluvia o los del viento en el pasto? No me refería por supuesto a la cuestión técnica. Me respondió: “muchas veces me he metido en medio de la lluvia, en la ciudad y en el campo. Y en muchas ocasiones he ido al campo y me siento o me acuesto en el pasto y hago como que soy estatua y puedo sentir las vibraciones de la hierba en respuesta al viento que la mueve. ¿Has sentido el movimiento de las hojas de un árbol mecidas por el viento? Para sentirlo tienes que estarte muy quieto visualmente como si estuvieras muerto. La quietud, y olvidarte de que eres alguien. Uno no es nadie en medio de la vibración del pasto”. ***¿Realmente conocí en persona a Danielle Gallois? Sí. O quizá debería preguntarme: ¿fuimos amigos? No. ¿Cómo serlo de alguien que se ha desapartado del mundo para vivir solo en sí y para y con la pintura, muy cerca de la indigencia? ¿Compartimos algo? Sí: encuentros fortuitos en la noche tijuanense. Casi el mutismo, alcohol y soledad. Y después: adiós. ¿Conocí su obra? Sí. Y fue su obra, sus imágenes, las que me obsedieron más allá de mi juventud en Tijuana: escenas de una imaginería que pareciera destinada a la contemplación cofrádica: momentos en que se encuentra lo pagano con la sugerencia divina: el monje en el bosque, los árboles como refugios de animales o contornos de cuerpos de mujeres. Una sirena que naufraga en tierra. Escenografías y rostros circenses. Nada hay en las pinturas de Danielle Gallois que den cuenta del drama existencial de la artista.Danielle Gallois era originaria de Bar-le-Duc, un pueblo de la región de Lorena, en Francia. Y llegó a Tijuana a finales de la década de 1960 en compañía de su consorte, el también pintor Benjamín Serrano. Llegar a, es aquí naufragar y acto seguido ver tierra a la vista.A Bar-le-Duc lo parte en dos el río Ornain, y el lugar es reconocido por dos motivos: las fachadas de algunos de sus edificios de arquitectura renacentista, y el otro de índole gastronómica: en Bar-leDuc se originó, en el siglo XIV, la elaboración de la mermelada de grosella hecha “a la pluma de ganso”, delicia que en el siglo XVI hizo a María Estuardo compararla con “un rayo de sol guardado en un bote”. ¿Alguna vez habría preparado Danielle mermelada de grosella en Tijuana? Lo ignoro.Fallecido su consorte, Gallois decidió (o se vio obligada) a quedarse en Tijuana, habitando en las zonas más rudas de la ciudad, o en sus bajos fondos, o a veces en lugares cercanos como Rosarito. Hizo de la pintura y del alcohol su vía de modus. Cargaba siempre con ella una bolsa con dibujos o pinturas en papel, que cambiaba por sumas mínimas para conseguir la subsistencia diaria. Y cargaba también palomas, a las que intentaba dar de beber cerveza. En una ocasión coincidí con ella en un antro llamado La Ballena. Hablamos. ¿O habló solo ella? Y trató de convencerme con su etílica cháchara, y extrayendo rastros indiscernibles ya de su memoria, que de muy niña había sido confinada a un campo de concentración en Europa.En otra ocasión atestigüé cómo arremetía contra un mariachi porque le obstruía escuchar la música que ella había elegido de una rocola.Una madrugada, enmarcados en la desolación, me contó en el bar El Turístico, que Mickey Mouse se le aparecía detrás de una nopalera en la casita que habitaba en Rosarito. Y, me dijo, ella persiguió al famoso ratón con un sartén. ***De muy temprano reconocimiento artístico, a Marysole Wörner Baz se le ubica históricamente como parte de la “Ruptura” en México. Sin embargo, con frecuencia se ha escrito, se ha aludido, a su resistencia a ser categorizada en tal tránsito del arte y sí eligiendo ella misma cercanía mayor con pintores exiliados o llegados a México como Leonora Carrington o su amiga Remedios Varo, con quien recorrió Europa y juntas accedieron a encuentros con André Breton.Tras un primer y apoteósico tramo artístico, Wörner Baz vio obstaculizada su trayectoria (dicho por ella misma) por su incursión en el alcoholismo, que dejó (dicho por ella misma) un caudal de sufrimientos y obstáculos para su creatividad. Con gran empeño, entró en rehabilitación y retomó con gran acierto sus composiciones de modo prolífico y tuvieron materialización expositiva en recintos como el Palacio de Bellas Artes y el Museo Carrillo Gil, en la década de los setentas y ochentas, respectivamente. Sobre su exposición Pastos y neblinas en el Museo Carrillo Gil, en julio de 1983, la crítica del arte Raquel Tibol escribió: “Una alba paleta luminosa como para proclamar que al final del túnel se puede encontrar una diversidad de claridades”. *** Más que en el prestigio con origen en el salón de la academia o en la disponibilidad gregaria, Marysole Wörner Baz y Danielle Gallois fueron dos artistas que forjaron y ejercieron la excepcionalidad en el arte como pasión de vida, a modo muy solitario: Marysole con decisión de redención; Danielle, en entrega total a la revelación mediante el extravío.Artísticamente, tuvo al final Marysole recepción ambigua, casi de culto, para su obra, aunque todavía en los años 2009 y 2010 la Secretaría de Hacienda y Crédito Público le organizó exposiciones de, mayormente, piezas escultóricas. Falleció en 2014.La recuerdo a veces excesivamente taciturna y atrapada en su aventura de redención alcohólica en pos de salvar su arte. Fueron varias las veces que me insistió en que dejara yo la Ciudad de México y me recluyera en un pueblo (como Tepotzotlán) para salvaguardar mi, según ella, “oficio” de pintor. “Si yo me hubiera quedado en la Ciudad de México, me hubiera ya muerto de alcohólica o de hambre”, me dijo durante una conversación. Hablaba de su pasado como algo “ya superado”; sin embargo, era notoria la nostalgia que envolvía sus palabras por el apasionado periodo amoroso que había vivido al lado de su amada Adela Fernández, la hija escritora del cineasta Emilio “Indio” Fernández.Una de las últimas conversaciones que tuve con Marysole fue cuando me habló para contarme que a su hermano Juan le habían podido encapsular el cáncer dándole a tomar cápsulas de petróleo.La última vez que estuve en su casa de Tepotzotlán, desde que llegué la artista me insistió en que me miraba muy tenso. Le respondí que no, al contrario, me hallaba feliz de visitarla y en sosiego para contemplar su obra. Una o dos horas después, volvió con la misma cantaleta: “Guillermo, te veo muy tenso”. Insistió en darme un masaje en el cuello. Accedí. Tras el masaje que me aplicó, conversamos un poco sobre su obra reciente, estaba haciendo esculturas para que pudieran ser percibidas por los ciegos mediante el tacto. A pesar de su aparente satisfacción creativa, noté en su mirada una profunda tristeza, como la lluvia que había pintado en algunos de sus cuadros: en duelo con luminiscencias. ***Existe una fotografía de la pintora Danielle Gallois, tomada en 1969 por Vidal Pinto, que corrobora los rumores acerca de su belleza de juventud. ¿A quién no le hubiera gustado? Rubia, espigada, de rostro demarcado tiernamente por los brutales secretos que le guardaba celosamente su futuro. En la fotografía aparece sentada al lado de un ventanal, y dejando a un ave posarse en uno de sus hombros, inclinado el animalito como si fuera a picotearle la piel a la pintora. Me han dicho que, recién llegada a Tijuana, Danielle convocó a muchos admiradores en torno a ella. ¿Admiración por una obra o la ilusión de querer poseer su vagina?Veo a Gallois con poca fortuna crítica para su obra y poca fortuna pecuaniaria, y sin embargo dueña de sí: en el centro de su libertad. ¿Tuvo exposiciones en Tijuana? Sí. Pocas. Pero siempre con tan mal tino, seguramente por las referencias que la pintora misma había esbozado en su andar etílico por la ciudad y que en manos de la moral social puede convertirse en condena.Lejos yo de Tijuana su obra pictórica me siguió obsediendo, y decidí convertirla en protagonista de mi novela Fierros bajo el agua (2014). Murió no como algunas personas creyeron que moriría: de borracha y muy posible en la calle, sino de (hasta donde sé) cáncer. Falleció en 2006. En Tijuana.Muchos años después de haberla conocido en Tijuana, me enteré que en los años sesentas, Danielle Gallois y su entonces consorte Benjamín Serrano habían recalado en Oaxaca con el maestro Francisco Toledo. Toledo apreciaba el arte de Serrano, pero al parecer la presencia de Danielle no le gustó y sugirió a la pareja de artistas partir. Toledo estaba en su derecho. Danielle Gallois no era de este mundo aunque ahora quizá el mundo querrá traerla para sí.AQ / MCB