Memorias de una taza: recordando a Alfredo Zalce

Todo cambió desde aquel domingo 19 de enero, hace tantos años. Era yo su favorita, en la que tomaba el café cada mañana, desde 1983. Diario lo veía afanarse en la cocina, preparar el desayuno para él y sus hijos. Los tazones de cerámica que él mismo había decorado con flores, grecas y líneas que formaban peces, caballos o el rostro de una mujer, se llenaban con plátano y papaya y, según la época, manzana o mango. En una sartén calentaba mantequilla “Gloria” con sal y estrellaba un par de huevos por persona. A veces los revolvía con lo que encontraba en el refrigerador. Las sobras nunca eran sobras.Luego empezaba el ritual, más rutinario que ceremonioso. Café Caracolillo y Planchuela se molían hasta dar una consistencia turca. Lo echaba a la cazuela de agua hirviendo y apagaba el fuego. Lo dejaba hacerse. Unos minutos bastaban. Revolvía con una cuchara y servía. Cuidaba mucho su cazuela. No la enjabonaba: solo la enjuagaba bien, concienzudamente. Cuando el mango se zafó, él le hizo un remiendo con alambre y la siguió usando.Resultaba un café cargado. Mucho muy. Y aromático. Él nada más tomaba una taza al día. Tampoco necesitaba más. Yo era su medida. Me tomaba con las dos manos y me acercaba a sus labios. Sobre mi superficie está plasmado un gato de ojos grandes que tiene la misma mirada que él. Un gato atigrado como lo fueron Andrómeda y Sinfo, ese micifuz anaranjado y flaco que un buen día apareció en el jardín y se quedó con nosotros.Él miraba el asiento del café en el fondo de mí. Era su costumbre mirar todo, observarlo detenidamente, contemplar los gestos, examinar las palabras… En ocasiones copiaba las formas del asiento en su libreta. Podían servirle de inspiración al diseñar un collar, unos aretes o ¿por qué no? para plasmarlo en alguna pieza de cerámica o en un cuadro. Si llegaba una visita a esa hora le ofrecía café y charlaban un rato. Así lo fui conociendo y supe de su vida.Tenía cuatro años cuando ocurrió la Decena Trágica y vio muertos tirados en la calle; le daban curiosidad. Más grandecito le tocó atestiguar la entrada de los Zapatistas a la Ciudad de México, allá por 1914. Como a todos los niños le gustaba dibujar y quiso ser pintor. Su familia puso el grito en el cielo, pero él ya estaba estudiando para eso y sus maestros lo alentaron. En especial Diego Rivera que cumplía con el dicho de “verbo mata carita”. Xavier Villaurrutia escribió que los dibujos de Alfredo Zalce respiraban. Ya se imaginarán ustedes lo que significó para él.A la gente le gustaba venir a casa y que él les platicara de los tiempos de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) y del TGP (Taller de Gráfica Popular), de los murales que hizo y de los que le censuraron. Era muy bonito ver la reacción de las visitas cuando descubrían que las tazas y los platos eran creación del Maestro. Los emocionaba comer y beber en una obra de arte.Pasaban los años y su rutina era prácticamente la misma, no había distinciones entre los domingos y los lunes. Todos los días eran festivos porque se dedicaba a lo que más le gustaba: pintar, dibujar, crear. Se levantaba temprano y abría de par en par el portón de la casa. Era su modo de decirle buenos días a la vida, a los alumnos que venían a tomar clase, a las amigas que lo frecuentaban. Después el Maestro se bañaba, se vestía, se amarraba un gazné alrededor del cuello, desayunaba solo o con sus hijos y se iba al mercado, a comprar el periódico y a checar su apartado postal que era el 245.Claro que algunas tazas se rompieron con el paso del tiempo. Él no se preocupaba por eso pues iba regularmente a un taller de cerámica a trabajar. Así hubo tazas y platos de diferentes “camadas”. Un tiempo usó un pigmento verde sobre fondo negro y esgrafiaba las figuras. También hizo vajillas en blanco y negro. No todos los platos eran utilitarios: había los decorativos. Pero yo era la taza favorita.La mañana de ese 19 de enero del 2003 él tomó su último café. Le costaba sostenerme entre sus manos…Ya dejé de ser la taza del diario. Soy la de las ocasiones muy especiales, la que se ofrece a las amistades muy especiales… Pero no es lo mismo a ser “la favorita”…En los Días de Muertos su hija prepara café, pero no le sale igual… Me acomoda en el Altar, entre velas y ramos de cempasúchil junto a la foto de él, junto a un tazón con frutas y su pipa.*Este relato forma parte de Con aroma de café. Antología de narrativa breve (Escalante, 2025) preparada por Beatriz Escalante y en la que participan 48 autoras y autoras, entre quienes se encuentran la propia antologadora, Hernán Becerra Pino, Gabriela Muñoz C., Fabiola Ávila, Ernesto Santillán E., Bertha Orozco y Óscar de la Borbolla.AQ / MCB