Puedes leer un libro sin más, o puedes sentirlo. Puedes cerrar su última página y seguir, o quedarte pensando, dándole vueltas a ideas que te colocan de puntillas al borde de un precipicio. Así me ocurrió mientras releía ‘Republicanistas’ esperando el tren en la estación Julio Anguita para regresar a Palma del Río; casi lo pierdo, absorta en el horizonte, hasta darme cuenta de que el mundo seguía, pero yo ya no lo miraba igual, y que mi precipicio no era otro que el andén de la vía número 8.