La Unión Europea cierra 2025 sin sobresaltos históricos ni gestos fundacionales, pero con una sensación compartida de cambio silencioso que ha atravesado el conjunto de sus instituciones. Ha sido un año menos dominado por la urgencia y más por la corrección de rumbo, menos marcado por grandes anuncios y más por decisiones técnicas y políticas que, sin ocupar grandes titulares, han ido reordenando prioridades y expectativas. Las instituciones han funcionado, Europa ha seguido avanzando y el proyecto común no se ha detenido, pero lo ha hecho con cautela y con una creciente conciencia de sus límites. La presión presupuestaria, la fragmentación política y el contexto internacional han pesado más que la retórica.