La fe a prueba de balas en Nigeria: "Hace unos seis años, unos hombres desconocidos y armados entraron en una iglesia de mi ciudad un domingo por la mañana y empezaron a disparar"

Nigeria se ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para ser cristiano. El yihadismo, especialmente virulento en el norte del país, ha provocado miles de asesinatos y secuestros en los últimos años, sembrando el terror entre las comunidades. “Toda la gente tiene miedo para salir de casa”, lamenta una ciudadana nigeriana residente en España desde hace 17 años. Su testimonio, a las puertas de la embajada de Nigeria en Madrid, refleja una realidad que compatriotas como Gerald y Christian, ambos cristianos, conocen de primera mano. Ambos jóvenes, que llevan siete y diez años en España respectivamente, relatan una situación de persecución que, aunque más concentrada en el norte, se extiende ya por todo el territorio. Christian vive con el temor instalado en el cuerpo, mientras que Gerald, aunque proviene de una zona tradicionalmente más tranquila, también ha experimentado la violencia de cerca. “Hace unos seis años, unos hombres desconocidos y armados entraron en una iglesia de mi ciudad un domingo por la mañana y empezaron a disparar”, recuerda. Aquel ataque, lejos de vaciar los templos, fortaleció la determinación de los fieles. Este fenómeno tiene una explicación que Gerald, estudiante de teología, resume con una frase contundente: “La sangre de los mártires germina como una semilla en la vida de los cristianos”. A pesar del peligro, las iglesias siguen llenas. “Nosotros seguimos yendo a la iglesia. Cuanto más matan gente, aumenta más la fe”, afirma. Esta resiliencia se personifica en la figura de los sacerdotes, que afrontan una vida “totalmente complicada” pero la asumen como “un servicio a Dios y al pueblo de Dios”. Para ellos, el secuestro o la muerte no son un disuasivo, sino un motivo de “alegría, porque lo que hacen es dar su vida por los demás”. Gerald se esfuerza en matizar la naturaleza del conflicto. “No son los musulmanes los que nos persiguen, sino los yihadistas”, aclara. La situación, explica, es “compleja, con aspectos étnicos y territoriales”, y la violencia es obra de “extremistas y milicias”. La comunidad cristiana es la más atacada, pero no la única víctima. En este sentido, Gerald se hace eco de las palabras del obispo Wilfred Anagbe, cuya diócesis se encuentra en el epicentro de los ataques: lo que piden es “paz, derecho a la libertad religiosa, justicia y seguridad”. La petición se extiende más allá de sus fronteras. “Que la comunidad internacional pueda prestar mayor atención de lo que sucede en Nigeria”, reclama Gerald. Subraya que la gente vive con un “miedo constante” ante una situación que es “real” y cuyo “impacto humanitario es enorme”. Su voz, junto a la de Christian, es un grito de auxilio para que el mundo no ignore el sufrimiento de su pueblo. Enrique Bayo, director de la revista Mundo Negro y experto en la región, aporta una visión más analítica y critica con el poder político. Bayo, citando un texto de la propia conferencia episcopal nigeriana, eleva las cifras de la masacre: “No son 8.000, son más de 20.000 o 30.000 cristianos asesinados desde 2009”. No obstante, coincide en que la violencia es más amplia y que “muchísima gente también musulmana está sufriendo las mismas consecuencias”. El director de Mundo Negro pone el foco en la clase política. Los obispos nigerianos, recuerda, insisten en que “el Gobierno y las fuerzas de seguridad tienen una responsabilidad muy grande” por no actuar “con toda la fuerza y energía que deberían”. Bayo denuncia que “predadores se están aprovechando de esta división, creando confusión para beneficiarse” sin buscar el bien común. Las fuerzas de seguridad, a menudo mal equipadas y preparadas, no logran defender a los ciudadanos, y es aquí donde reside una de las claves del conflicto. “Con un gobierno mucho más fuerte, este problema se solucionaría mucho más rápido”, concluye Baye.