A más de 4.000 kilómetros de Jerusalén, Roma alberga el corazón de la Iglesia Católica. ¿Por qué el Vaticano no está en la tierra donde nació y murió Jesús?

Más de 4.000 kilómetros separan Jerusalén de Roma. Es la distancia exacta entre el lugar donde nació y murió Jesucristo y la ciudad que hoy alberga la sede de la Iglesia Católica. Una pregunta aparentemente sencilla —¿por qué el Vaticano está en Roma y no en Tierra Santa?— abre la puerta a una historia milenaria que se remonta a los orígenes del cristianismo. Para responder a esta cuestión, COPE ha conversado en 'La Noche de Adolfo Arjona' con Eva Fernández, corresponsal de COPE en el Vaticano, que ha desgranado los hitos históricos, políticos y religiosos que explican el nacimiento del Estado más pequeño del mundo. El origen del Vaticano no puede entenderse sin retroceder al siglo IV, cuando el emperador Constantino concedió la libertad religiosa a los cristianos y puso fin a las persecuciones. A partir de ese momento, la Iglesia comenzó a recibir propiedades y reconocimiento institucional. Siglos después, el Papa pasó a convertirse en soberano de extensos territorios en el centro de Italia, dando lugar a los Estados Pontificios, una realidad política que se mantuvo durante casi mil años, hasta 1870, cuando esas posesiones se redujeron a lo que hoy conocemos como la Ciudad del Vaticano. El paso definitivo llegó el 11 de febrero de 1929, con la firma de los Tratados de Letrán entre el Papa Pío XI y Benito Mussolini. A partir de ese acuerdo, el Vaticano se constituyó oficialmente como Estado independiente, mientras Italia reconocía su soberanía y Roma quedaba confirmada como capital italiana. ¿Por qué se llama Vaticano? Según explica la corresponsal de COPE Eva Fernández, el origen del nombre sigue siendo un misterio. No procede ni del latín ni del griego, aunque existe consenso en que tiene un origen pagano. Muchos historiadores lo vinculan a una antigua ciudad etrusca desaparecida llamada Vaticun. Desde el punto de vista etimológico, podría derivar de la raíz latina vates, relacionada con profetas o adivinos, lo que ha llevado a interpretar el término como una “tierra de profecías” o “lugar de dioses”. Un nombre que, en cualquier caso, se mantiene desde la antigüedad. Con algo menos de 700 metros de lado y alrededor de mil habitantes, el Vaticano funciona como un Estado en toda regla. En su interior predominan los jardines, pero también cuenta con servicios propios: estación de tren (sin metro), servicio postal —muy popular entre los turistas—, supermercado, farmacia, banco, ambulatorio, bomberos y hasta dos gasolineras, además de puntos de recarga para vehículos eléctricos. Tiene bandera, himno, tribunales propios y matrículas específicas: SCV para vehículos oficiales y CV para los privados. En el ámbito judicial se resuelven desde nulidades matrimoniales hasta delitos cometidos dentro del territorio vaticano. El Vaticano es una monarquía absoluta. El Papa es el jefe del Estado y concentra los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, aunque los delega. Actualmente, la presidencia de la Gobernación del Estado recae en sor Raffaella Petrini, una religiosa que actúa como principal colaboradora del pontífice en las funciones de Estado. En cuanto a la defensa, el Vaticano cuenta con el ejército más pequeño del mundo: la Guardia Suiza, formada por 135 soldados. No dispone de armamento pesado, pero desde el atentado contra Juan Pablo II en 1981 ha reforzado notablemente su formación, convirtiéndose en un cuerpo altamente especializado en protección y seguridad. La razón de fondo por la que el Vaticano está en Roma es histórica y estratégica. San Pedro y San Pablo viajaron a Roma, donde ambos fueron martirizados. La comunidad cristiana fundada por Pedro en la capital del Imperio Romano se convirtió rápidamente en una de las más influyentes del mundo antiguo. Roma era el centro político y logístico del imperio, el lugar ideal para que el cristianismo se expandiera con mayor rapidez. Desde entonces, el obispo de Roma es considerado el sucesor de Pedro, y la ciudad mantiene su papel como corazón de la Iglesia Católica.