En la provincia de Sevilla se encuentra uno de los pueblos más icónicos del país durante las fiestas navideñas: Estepa . Y es que si la Navidad tuviera un sabor, seguramente sería el de Estepa. Este municipio sevillano se ha ganado a pulso el título del más dulce de España, y no es para menos: es el epicentro de la elaboración de mantecados y polvorones , esos dulces navideños que nos alegran las mesas durante las fiestas. Durante los meses previos a la Navidad, Estepa entra en plena actividad. Más de veinte fábricas trabajan intensamente en la elaboración de dulces navideños, muchas de ellas gestionadas por familias que llevan décadas —incluso generaciones— dedicadas a este oficio. La producción es enorme, y cada año salen de aquí millones de kilos de mantecados, mazapanes y polvorones que llegan a prácticamente todos los rincones del país. Lejos de ser una industria cerrada, Estepa ha sabido convertir esta tradición en una experiencia para el visitante . En invierno es habitual encontrar visitas guiadas a fábricas, en las que se explica cómo se elaboran estos productos, qué ingredientes se utilizan y por qué el proceso sigue respetando métodos tradicionales, aunque se haya adaptado a los tiempos actuales. Además de las fábricas, el pueblo cuenta con varios espacios pensados para poder conocer su historia repostera. Uno de los más conocidos es Chocomundo , considerado el museo del chocolate más grande de España . A esto se suman el Museo del Mantecado y la fábrica de La Estepeña , donde se puede conocer el origen y la evolución de estos dulces mientras se recorre la fábrica y se prueban algunos de sus productos. Estepa no es solo mantecados y polvorones. El pueblo tiene mucho que ver y recorrer. Su casco histórico se encuentra alrededor del cerro de San Cristóbal , donde están los restos de la antigua alcazaba, la Torre del Homenaje y la Iglesia de Santa María , el primer templo cristiano del municipio. Paseando por el centro puedes ver la plaza del Salón, la ermita del Carmen, la Torre de la Victoria y la iglesia de San Sebastián con sus imágenes del siglo XVIII. También merece la pena recorrer los barrios de Los Remedios , alrededor de la ermita de la Vera Cruz, y la Coracha , donde está la ermita de Santa Ana. Entre las callejuelas y plazas de Estepa aparecen otros lugares interesantes como el Convento de Santa Clara , donde las monjas todavía hacen dulces tradicionales, la Ermita de la Asunción o la Casa Palacio del Marqués de los Cerverales . Y si quieres un poco de naturaleza, el Manantial de Roya es perfecto para caminar y disfrutar del aire libre. Uno de los detalles que más sorprende a quienes visitan Estepa por primera vez es su callejero . Aquí, la tradición no se queda en los obradores, sino que también forma parte de las calles del pueblo. Existen vías llamadas avenida del Mantecado, calle Azúcar, calle Almendra, calle Ajonjolí o avenida de la Canela, nombres que remiten directamente a los ingredientes básicos de los dulces más conocidos del pueblo. Pasear por estas calles en diciembre tiene algo especial. No solo por lo curioso de los nombres, sino también por el olor que sale de las fábricas cercanas. La relación de Estepa con la repostería no es reciente. Ya en el siglo XVI existen referencias a la elaboración de mantecados en el municipio, con el Convento de Santa Clara como uno de los principales centros de producción. Desde allí se atendían encargos que llegaban a ciudades importantes como Sevilla o Madrid, lo que da una idea del prestigio que ya tenían estos dulces. El gran impulso llegaría en el siglo XIX de la mano de Micaela Ruiz Téllez , una figura clave en la historia del mantecado. Al perfeccionar la receta —tostando la harina y mejorando su textura— y comenzar a vender el producto fuera del ámbito local, sentó las bases de su expansión. Además, introdujo mejoras en el proceso de conservación, lo que permitió que los mantecados se transportaran sin perder calidad. Con el aumento de la demanda, fue necesario establecer controles que garantizaran la calidad del producto. A finales de los años veinte del siglo pasado comenzaron las primeras medidas en este sentido, y tras la Guerra Civil la industria volvió a crecer con fuerza. En los años sesenta surgieron cooperativas que reforzaron el sector y facilitaron que muchas pequeñas empresas familiares se mantuvieran activas. Hoy, Estepa sigue siendo un ejemplo de cómo una tradición local puede convertirse en un motor económico sin perder su esencia. La implicación de las familias y la manera de transmitir esta tradición de padres a hijos explican en gran parte su éxito. Y es que los mantecados y polvorones de Estepa cuentan con Indicación Geográfica Protegida (IGP) , un reconocimiento que certifica su origen y su calidad. Este sello no es solo una garantía para el consumidor, sino también una forma de proteger un saber hacer que forma parte del patrimonio del pueblo.