“Estoy muy, muy cansada de no llegar a fin de mes”. Así de rotunda y clara se muestra Alba en tik tok, una joven española de 33 años con estudios y un trabajo estable de 40 horas semanales. Su testimonio, cargado de indignación, se ha convertido en el reflejo de una generación que, pese a cumplir con lo establecido, se encuentra atrapada en una espiral de precariedad que le impide vivir con dignidad. Alba explica que su situación no es una excepción, sino la norma para muchas personas en España, y se pregunta: “¿Qué más puedo hacer?”. El principal obstáculo para Alba ha sido el acceso a la vivienda. Originaria de Madrid, se vio forzada a abandonar su ciudad natal ante la imposibilidad de hacer frente a los precios del alquiler. “Me he tenido que ir de Madrid, porque era inviable poder pagarme un piso yo sola allí, imposible”, lamenta. Esta decisión, lejos de ser una solución, solo ha sido un parche temporal a un problema mucho más profundo. Incluso en una provincia con un coste de vida teóricamente más bajo, la situación no ha mejorado sustancialmente. A sus 33 años, se enfrenta a una realidad que no había imaginado: la obligación de renunciar a su independencia. “Es que ya te obligan a tener que compartir piso”, señala con frustración, y añade: “No me apetece estar compartiendo piso con personas que no conozco”. La alternativa, apunta con ironía, parece ser “echarme una pareja y tener que compartir piso con él y compartir gastos”. La frustración de Alba se alimenta día a día con la subida generalizada de los precios. La cesta de la compra, la gasolina o los suministros básicos como la luz y el agua se han convertido en una carga inasumible. “Con 20 euros te compras tres mierdas”, denuncia, explicando cómo esta situación ha reducido su vida social a la mínima expresión: “Este mes habré salido tres veces a tomarme una cerveza, no más”. La sensación de ahogo es constante, viéndose obligada a “racionar la comida” y a pasar “los últimos días del mes a duras penas”. Ante este panorama, la idea de buscar un segundo trabajo se presenta casi como la única salida, una opción que ella misma califica como una forma de “sobrevivir, porque vivir, poco”. Se pregunta si esa es realmente la solución para los jóvenes en España y critica la pasividad general. “¿Por qué nadie hace nada? Y me incluyo. ¿Por qué no hacemos nada? Porque sí, como borregos, ¿verdad?”, reflexiona en voz alta. En su búsqueda de alternativas, Alba se planteó el emprendimiento como una vía para no tener un límite de sueldo y poder generar más ingresos. Sin embargo, el camino del autoempleo se reveló lleno de obstáculos. “En eso estoy”, afirma, pero rápidamente enumera las dificultades: “Poca ayuda en tener que pagar autónomo, gestor, las cuotas de no sé qué, no tener ayudas, prácticamente”. Su relato concluye con una mezcla de agotamiento y un llamamiento a la acción. Muestra su escepticismo hacia la clase política, dudando que un cambio de gobierno pueda alterar la situación actual. “No sé dónde vamos a llegar”, confiesa, antes de lanzar una última pregunta al aire, un grito de hartazgo que resuena con fuerza: “Salgamos a la calle, hagamos algo, o sea, ¿por qué nadie hace nada?”.