Durante siglos, la física y la teología han compartido una frontera difusa. Mientras una intenta describir cómo funciona el universo, la otra se pregunta por su origen y si existe algo —o alguien— más allá de él. Ahora, un trabajo reciente firmado por tres físicos del MIT ha reavivado ese viejo cruce de caminos con una afirmación tan provocadora como rigurosa: si el universo es un sistema completamente cerrado, no puede existir ningún observador externo.