El estropajo de la cocina, una herramienta de uso diario en todos los hogares, es también uno de los mayores focos de contaminación y riesgos para la salud. Aunque parezca inofensivo, su contacto constante con restos de comida, grasa y humedad lo convierte en un caldo de cultivo ideal para las bacterias, que pueden pasar a los platos y cubiertos que utilizamos cada día. La ingeniera en alimentos Montse Meléndez (@monalimentos) advierte sobre la importancia de mantener este utensilio en condiciones óptimas para evitar la contaminación cruzada. Una de las peores prácticas, según la experta, es dejar el estropajo sumergido en agua con jabón, ya que esta mezcla de humedad y residuos orgánicos acelera la proliferación de microorganismos. Para garantizar una higiene real, no basta con enjuagar el estropajo después de usarlo. Es necesaria una desinfección profunda que elimine los microorganismos invisibles. Meléndez es clara en su recomendación: “La esponja de lavar los platos se debe desinfectar una vez a la semana”. Este simple hábito es fundamental para prevenir malos olores y, sobre todo, la propagación de bacterias. La experta comparte varios métodos sencillos y eficaces para realizar esta tarea. “Puedes desinfectarla en el microondas metiéndola húmeda por un minuto, hirviéndola por cinco minutos o con una solución desinfectante”, explica. Cualquiera de estas opciones es válida: el microondas es rápido, siempre que el estropajo no contenga partes metálicas; hervirlo es una alternativa universal, y las soluciones desinfectantes son una opción sin calor. Después de cada uso, y especialmente tras la desinfección, el secado es un paso crucial. Meléndez aconseja: “Deja tu esponja en un lugar seco y sin residuos de alimentos para evitar que se desarrollen bacterias y malos olores”. Un ambiente ventilado dificulta que los microorganismos vuelvan a proliferar. Aunque se mantenga una rutina de limpieza estricta, ningún estropajo es eterno. La recomendación general es cambiarlo “cada dos a cuatro semanas”, dependiendo siempre de la frecuencia de uso y del material con el que esté fabricado. Superar este tiempo, aunque visualmente parezca estar en buen estado, eleva el riesgo de contaminación. Hay señales inequívocas de que ha llegado la hora de desecharlo. El mal olor persistente incluso después de limpiarlo es el primer aviso. Otros indicadores claros son la aparición de manchas oscuras o moho, una textura que se deshace o una superficie que se siente viscosa, señal de un biofilm bacteriano imposible de eliminar. La higiene en la cocina también depende del método que se sigue al fregar. Para evitar transferir grasa y suciedad de un utensilio a otro, la experta propone una técnica sencilla. “Vamos a lavar de lo menos a lo más sucio, para no ensuciar lo que esté menos sucio”, detalla. El orden correcto, según su consejo, es “empezar por los vasos, luego cubiertos, platos y, al final, sartenes y ollas”. Los vasos suelen tener menos grasa, por lo que se lavan primero para no engrasar la esponja. Al final se dejan las ollas y sartenes, que acumulan la suciedad más difícil. Un apunte final de gran importancia es el tratamiento de los utensilios que han estado en contacto con alimentos crudos. Meléndez subraya que “si utilizaste alguna tabla o cuchillo para carne cruda, lo recomendable es dejarlo hasta el final para evitar la contaminación cruzada”. Este gesto minimiza el riesgo de transferir bacterias peligrosas a otras superficies o alimentos.