Jamás una generación tan preparada había visto ante sí un horizonte económico tan preocupante. En un porcentaje notablemente elevado, los jóvenes de alrededor de treinta años de hoy día temen formar una familia, les alarma tener hijos y barruntan el futuro como si fuese un monstruo de siete cabezas dispuesto a devorarlos. Y no sólo porque comprar o alquilar un techo propio sea ya tarea de titanes, ni porque la carestía de la vida está llegando a límites estratosféricos, tal y como estamos comprobando estas Navidades. Lo que electriza medulas espinales y causa mareos es la eclosión de la inteligencia artificial y su penetración en todos los ámbitos del tejido productivo.