La política entendida como el diálogo y el trabajo en equipo ha desaparecido. Ahora priman los liderazgos hiperbólicos sin contestación. Basta mirar las grandes potencias. Esta semana se ha hecho público lo que era un secreto a voces en Vox, Ortega Smith ha sido expulsado de la ejecutiva. Del equipo fundador de la formación han salido todos menos el líder máximo, Santiago Abascal. Como dicen los memes de las redes sociales: solo queda él y su caballo. Otro tanto ha ocurrido en el Partido Socialista. Pedro Sánchez solo confía en las lealtades inquebrantables y, después de contemplar la entrada en prisión de sus más afines, ve cómo se desintegra el Ejecutivo porque los ministros que nunca le han discutido, se van de candidatos a los próximos comicios autonómicos. Pilar Alegría ya está en Aragón y María Jesús Montero intenta frenéticamente que se aprueben unos presupuestos, para marcharse a Andalucía como candidata. Y, por si quedaba alguna duda, Sánchez ha buscado de suplente en Educación a la ‘enemiga’ de García-Page, esa voz díscola con mayoría en Castilla La Mancha, que tanto incordia. Feijóo, de momento, es la excepción en este relato de híper liderazgos. Su equipo es fiel, pero la sombra de Ayuso le pisa los talones y, si no consigue el poder, la lideresa le quitará el cargo. En cuanto a la izquierda del PSOE, es incapaz de ponerse de acuerdo en ningún ámbito y circunscripción, y la prueba de ello son las candidaturas en Aragón, donde cada uno irá con sus siglas hasta la derrota final, ¿Quién se acuerda ya de Pablo Iglesias? Cuando ejercía el mando férreo en la formación morada también se deshizo de todos los que le podían hacer sombra. Llegó a la vicepresidencia, se aburrió, aspiró a conquistar Madrid y ahora se dedica a sus quehaceres. Es una historia similar a la de Albert Rivera, líder omnipresente de Ciudadanos que soñó, porque así se lo decían algunas encuestas, con llegar a Moncloa y acabó disolviéndose, él y su formación, como un azucarillo.