En un vuelo nocturno a Buenos Aires, mi esposa me dio la buena noticia de que por fin había menstruado y no seríamos padres nuevamente. Conmovido, me puse de pie y la abracé. Me sentí aliviado, como si me hubieran quitado un peso de encima, y luego jubiloso, eufórico, como si hubiera ganado la lotería. No quería ser padre por cuarta vez, a los sesenta y un años. No tengo ya fuerzas para comenzar de nuevo. Tengo planeado morir a los setenta años, como muy tarde. Ser padre sin desearlo, a esta edad otoñal, me parecía una locura, un salto al vacío. Peor aún, cuando hacía números, calculando el costo de ser padre otra vez, y sumaba el colegio y... Ver Más