Culpas y responsabilidades

‘Winter is coming’. El tercer domingo de diciembre, justo a las cuatro y tres minutos de la tarde, una hora menos en Canarias, entró el invierno en España. Unas horas más tarde, con los primeros recuentos electorales , advertimos que en Extremadura había entrado con especial virulencia . La hora es grave pero no gloriosa. Las elecciones coincidieron con estos tiempos navideños donde las personas, desde hace siglos, se arriman al calor del hogar buscando la compañía, la mirada y el abrazo del prójimo para superar juntos la crudeza del invierno. Sin embargo, hemos de reconocer que el ejercicio de la verdadera empatía, impuesto por nuestra naturaleza humana, resulta costoso en términos emocionales; es sencillo sentir compasión por el otro o descorazonarse ante sus desgracias, pero ponerse en su lugar, superando el abismo entre las almas, puede llegar a ser doloroso , así que uno, por propia supervivencia, trata de dosificar sus esfuerzos y llegar hasta el límite de lo sensato, organizando su empatía con un cierto espíritu crítico. Los extremeños han entregado su futuro político a quienes quisieron desinfectar el lugar donde la víspera habían reposado las cenizas de Robe . Que con su pan se lo coman. La grandeza de la democracia se encuentra en la gestión de las miserias. Políticamente la gente tiene lo que quiere y quiere lo que merece. No habría mucho más que decir. En los últimos años, los gobiernos de derecha y extrema derecha diseminados por el Estado han dado muestras de cómo gestionan los servicios públicos ; una gestión deplorable, podrá decirse, pero desde luego no sorprendente: cuando no se cuida lo público, cuando se reducen los impuestos y se limita la presencia del Estado despreciando a los funcionarios, todo se deteriora. Menuda novedad. De ahí que los extremeños tuvieran una ventaja: ya saben lo que pasa cuando se disminuye el número de bomberos , como en Castilla y León ; cuando se reducen los esfuerzos en sanidad, dejando a la intemperie las pruebas diagnósticas de miles de mujeres , como en Andalucía ; cuando se desprecia la vida de los ancianos sin seguro privado , como en Madrid ; cuando se deja en manos de la avaricia la asistencia sanitaria, como en Torrejón ; cuando se lleva a la ruina a la enseñanza pública a favor de estos colegios de la señorita Pepis y universidades de Pinta y Colorea, como en Madrid ; o lo que pasa (todo en general) en Valencia . Pero todo esto no solo es obvio; es la consecuencia necesaria e inevitable de unas políticas de demolición. ¿A quién se pretende engañar? Todos sabíamos que iba a pasar esto; es que no puede pasar otra cosa. Y vienen los extremeños y votan al señor desinfectador . ¡Qué le vamos a hacer! No hay duda de que los partidos de izquierda no lo han hecho nada bien y que puede haber un ambiente de cambio de ciclo que ha provocado que ciertos actores se reposicionen por lo que pueda pasar, poniendo distancias con un socio al que dan por amortizado. Es cierto. Pero no soy de los que piensan que lo peor es preferible a lo malo. Como es sabido, el derecho distingue los conceptos de culpa y responsabilidad; culpa refiere al causante de un hecho y responsable a quien carga con las consecuencias. Se puede ser culpable pero no responsable (un menor que causa desperfectos) y responsable pero no culpable (los padres del menor, que tienen que pagar los daños). Uno de los casos más conocidos de responsabilidad sin culpa lo recoge el Código Penal para los delitos cometidos en el desempeño de sus servicios por los empleados, representantes o gestores de un negocio: el representante es el culpable, pero quien le dio el poder de actuar, la persona que le confió la misión y le encargó la gestión en cuyo cumplimiento se cometió el delito, será responsable civil de lo hecho en su nombre (así, el dueño de un bar es responsable, aunque no culpable, de los hurtos cometidos por su camarero). En el ámbito de la estructura formal del Estado de Derecho, probablemente no se haya desarrollado en profundidad una teoría política de la responsabilidad. Tal vez podría aventurarse que en una democracia moderna el pueblo nunca es responsable . No lo puede ser porque, en su condición de soberano, no tiene que responder frente a nadie de sus decisiones: por su propia naturaleza de soberano y poder constituyente, el pueblo no tiene que explicar sus decisiones, ni razonarlas, ni dar cuenta del sentido de su voto, por muy absurdo o delirante que sea. Así es y así debe ser. De ahí la siguiente derivada: el pueblo tampoco debe responder frente a nadie de las consecuencias de sus decisiones. Si sus representantes esquilman los servicios públicos, privatizan la sanidad, regalan terrenos para empresas papeleras, prorrogan la vida de viejas centrales nucleares, maltratan y expulsan a los extranjeros, permiten construir encima de playas... nadie le pedirá cuentas a la gente que puso a semejantes tipos al frente de responsabilidades políticas. Así es y así debe ser. Sin embargo, y poniendo en acto los límites a la empatía con los que me he propuesto defender mi cordura, lo que ya no entendería como tan razonable es que esta gente venga luego a quejarse de lo hecho en su nombre. Ya no podrán alegar desconocimiento o sorpresa. Es probable que, para muchas personas, no exista en el abanico de opciones políticas ninguna que se ajuste completamente a sus deseos o a su ideología; es probable que piensen que todas son de una mediocridad abrumadora, y que se les está convocando a elegir entre lo malo y lo peor [aunque no nos engañemos: la sociedad civil termina siempre por organizarse y ofrecer alternativas políticas cuando advierte la orfandad de un sector relevante del electorado]. Pero tal vez este electorado debería valorar que hay matices, y a veces algo más que matices, entre las opciones que se les ofrece. Y que serán ellos mismos, y no otros, quienes sufran las consecuencias de su decisión. El gran Jesús Vicente Chamorro, imprescindible y mítico, se burlaba del Defensor del Pueblo. “¡Pero qué tontería de institución!” --se reía--. “¿En una democracia, de quién se tiene que defender el pueblo?”. Tenía toda la razón . En democracia, el pueblo no precisa defenderse ni reivindicarse frente a nadie, tampoco frente a sus políticos, a quienes él mismo elige. Pero precisamente por ello debe asumir las consecuencias de los actos de sus representantes. Las pancartas frente a las sedes del Gobierno no son quejas del pueblo contra un tercero ajeno, sino un lamento que el pueblo se dirige a sí mismo por haber tomado según qué decisiones. No llegaré al punto de decir que el pueblo puede votar mal, como decía Vargas Llosa; es soberano y puede hacer lo que le plazca. Pero siendo dueño de su destino es, por tanto, único responsable del mismo. Por eso, si el día de mañana las mujeres extremeñas advierten que deben ir a Asturias a abortar, o que se retrasan los resultados de sus pruebas diagnósticas, o que la Quirón de González Amador o el Grupo Ribera de Pablo Gallart desembarcan en Extremadura para ofrecer novedosas técnicas de triaje eugenésico o se reduce el número de bomberos para aumentar el de banderilleros, confieso que me costará trabajo ponerme detrás de la pancarta. Lo siento. Y ya verán cómo, en semejante trance, las tertulias se llenarán de expertos y de expertas que concluirán con voz engolada que la culpa de todo lo que les pasa la tienen Ábalos y Koldo. No se lo crean . _______________ Carlos López-Keller es abogado, especialista en derecho penal .