La tostada de toda la vida sigue ganando por goleada

En esta vida no hay muchas verdades absolutas, pero desayunar con una tostada bien hecha es una de ellas. Da igual si es lunes con prisas o domingo de sofá: si el pan cruje, el aceite chorrea y el café acompaña, el día ya empieza con buen pie. Porque una tostada no es solo pan tostado… es una forma de vivir, una costumbre de barrio, de cocina con olor a desayuno y de charlas apoyado en la encimera mientras arranca la mañana. Y aunque parezca una tontería, no todas las tostadas valen. Que luego vienen los disgustos: pan chicloso, aceite mal echado o tomate que parece puré de bote. Así que ojo, que hacer la tostada perfecta tiene su aquel, sus truquillos de toda la vida, de esos que se pasan de vecino a vecino como los buenos consejos. Lo primero de todo es el pan, que aquí no se puede fallar. Elige uno bueno, del de verdad, del que cuando lo aprietas vuelve a su sitio. Puede ser chapata, mollete, integral, pan de pueblo o el que más te guste, pero que sea decente. Porque ya te digo yo que con mal pan no hay milagros. Segundo paso: tostarlo como Dios manda. Ni blanco ni quemado. Tiene que quedar doradito, crujiente por fuera y con la miga viva por dentro. Antes se hacía en la lumbre o en la sartén, ahora el tostador eléctrico hace el apaño, pero el truco es no tener prisa. Que el pan coja color, que huela a desayuno y que al tocarlo haga “crack”. Una vez tostado, viene uno de los grandes secretos: romper un poco la miga con el cuchillo o el tenedor. Esto no es por capricho, es para que luego el aceite se meta bien por todos lados y no se quede solo por encima haciendo charcos. Y ahora sí, llega el momento estrella: el aceite de oliva virgen extra. Aquí en el sur lo sabemos bien: un buen chorreón, sin miedo, pero sin pasarse. El aceite es el alma de la tostada, el que lo une todo y le da ese sabor que te hace cerrar los ojos al primer bocado. Si ya quieres rizar el rizo, le pones tomate rallado, una pizca de sal y listo. Así, sencilla y gloriosa. Y a partir de ahí, cada casa tiene su versión: jamón serrano, queso, atún, salchichón, aguacate… lo que haya en la nevera y te pida el cuerpo. Esta costumbre viene de lejos, de cuando los jornaleros salían temprano al campo y desayunaban lo que tenían a mano: pan, aceite y sal. Poco, pero bien aprovechado. Y mira tú por dónde, al final se ha convertido en uno de los desayunos más queridos. Así que la próxima vez que pongas una tostada sobre el plato, no la trates como cualquier cosa. Porque no es solo un desayuno: es tradición, barrio y buen comer, todo junto en una rebanada.