La disidencia como último acto de lealtad

Hay palabras que, en los partidos políticos funcionan como excomuniones. “Disidencia” es una de ellas. En organizaciones donde el liderazgo personal ha sustituido al liderazgo colectivo, disentir se convierte en un pecado mortal, una falta imperdonable contra la ortodoxia impuesta desde el aparato. No importa que la discrepancia se exprese con respeto, con argumentos o incluso con voluntad constructiva. La reacción es conocida: quien cuestiona, es señalado como desleal. Y, a partir de ahí, la maquinaria se activa. Las cohortes más fervorosas (no necesariamente por convicción ideológica, sino por simple adhesión emocional o por interés al poder coyuntural) se movilizan para amedrentar, silenciar o cancelar al discrepante. La paradoja es que esta reacción, tan poco democrática, se justifica en nombre del partido y la militancia, cuando precisamente la militancia nació para ejercer conciencia crítica, no para renunciar a ella.