Hay aniversarios que pasan sin pena ni gloria y otros que nos obligan a levantar la cabeza y preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí. En Vox, el centenario de la muerte de Antonio Maura no se vive como una simple efeméride académica, sino como la ocasión de recordar que España tuvo, hace más de un siglo, a un hombre, a un mallorquín que reclamaba orden, dignidad nacional y una política sin complejos. Y uno no puede evitar pensar, con cierta sonrisa, que si Maura viviera hoy, quizá firmaría el manifiesto fundacional de Vox con la misma determinación con la que defendió su «revolución desde arriba».No se trata, claro, de adjudicarnos antepasados que no nos pertenecen, la historia no es tan dócil como algunos creen, pero sí de reconocer un parentesco moral. Maura entendió que un país que renuncia a su identidad está condenado a debatirse eternamente entre lamentos y disculpas. Esa lucidez suya, tan incómoda para la España de entonces, resuena hoy cuando defendemos que la nación no debe pedirse perdón a sí misma para existir.Quizá por eso muchos en Vox sentimos que Maura es uno de esos personajes que la historia nos pone delante para recordarnos que no todo empieza con nosotros, que hay una tradición regeneradora, firme, convencida del valor de la ley y de la autoridad, que viene de lejos. Maura sabía que gobernar no era contentar a todos, sino preservar el bien común. Y eso, en tiempos de politiqueo emocional, es casi un acto de rebeldía.Lo curioso es que mientras algunos sectores se esfuerzan por etiquetar a Vox como una extravagancia moderna, una especie de meteorito político caído del cielo, este centenario nos permite demostrar justo lo contrario: las ideas que defendemos han estado presentes en los mejores y peores momentos de España. No somos una rareza; somos la continuidad de una forma de pensar que apuesta por la fortaleza institucional, la unidad nacional y la convicción de que los ciudadanos merecen un Estado que no vacile.Al recordar a Maura, desde Vox no buscamos envolvernos en una mitología hueca. Más bien lo contemplamos como un espejo que devuelve una verdad incómoda para muchos: España progresa cuando se gobierna con firmeza y se habla con claridad, no cuando se gobierna para agradar. Hoy, cuando defender la nación parece casi un acto de mala educación en ciertos círculos, Maura vuelve como una compañía inesperada, como ese pariente lejano cuyo ejemplo nos guía aunque no heredemos sus apellidos.Que nadie se equivoque: no pretendemos canonizarlo como «fundador». Pero sí agradecerle que, cien años después, sus palabras y su actitud tengan vigencia. En un país empeñado en reescribir su pasado para justificar su desorden presente, recordar a Maura es también una manera de reafirmarnos. Y de confirmar que Vox no surge de la nada, sino de una tradición que siempre estuvo ahí, esperando a ser recogida.