Aquel día de agosto, concluida la tertulia frente al Palau Salort de Ciutadella, Juan Ignacio Balada desveló su decisión, largamente meditada, sobre quién sería el destinatario de su fortuna. En aquellas conversaciones matinales participaban el médico Julián López Lillo, los empresarios Luis García Meca y José Sarris, que posteriormente obtendría un millonario premio con la Primitiva, y el agente inmobiliario Julián Ticoulat. «Lo tengo claro –reveló el hijo de la señora Nina Llabrés s’apotecària y Ramón Balada Matamoros, al cruzar el Born–, lo dejaré todo al Rey, sí, al Rey; y si no lo acepta, que se entregue a Israel». Añadió rápido: «A los hijos y sus nietos, porque, pronto o tarde, los volverán a echar y se tendrán que exiliar. Y no quiero que les ocurra como a su abuelo [Alfonso XIII] y se queden sin nada».–¿Crees, Nasi, que esto lo más acertado? –acertó a preguntar uno de los amigos contertulios.–Estoy convencido y si en la Casa Real no lo quieren, que vaya al Estado de Israel, porque también ellos han sido perseguidos y expulsados.Los 7,2 millones de euros que heredó de su madre, la farmacéutica Llabrés al fallecer en 1983, se convirtieron en 35 millones cuando Ignacio murió en Ciutadella en noviembre de 2009. Es la masa hereditaria que recibieron los entonces príncipes Felipe y Letizia, y los ocho nietos de los eméritos Juan Carlos y Sofía. Este hombre irrepetible, para quien cualquier ostentación intelectual o económica era signo de mal gusto, se disgustó y distanció para siempre del Ayuntamiento de Ciutadella. Su petición para respetar la farmacia de ses Voltes, el establecimiento regentado por la señora Nina, no fueron escuchadas ni atendidas tras la muerte de su madre. Y así tomó la decisión irrevocable de dejar su patrimonio a la Casa Real. Ciutadella perdió la herencia Balada.