Cada vez resulta más difícil. La memoria falla. Los años y los meses empezaron a mezclarse en mi cabeza hace mucho tiempo. Ya no consigo ordenarlos sin hacer un gran esfuerzo y asumiendo que incurriré en olvidos y confusiones relevantes. El pasado se parece cada día más a un conjunto de anécdotas desordenadas. Aun así, algunos acontecimientos garantizan que el año permanecerá en el recuerdo, son hitos clavados como estacas. Este, tan redondo (el cuarto de siglo), será fácilmente rescatable por mi memoria. He cambiado de puesto de trabajo; he leído Los Buddenbrook o El cuaderno gris; he visto buen cine (recuerdo ahora Bird y El odio); he continuado escuchando a Bob Dylan o a Bambino y he descubierto a Adrianne Lenker; he frecuentado, aunque menos de los que me gustaría, la Fuenseca, y haber publicado una novela me ha llevado a conversaciones y lugares inesperados. Además, no recuerdo haber sufrido contratiempos reseñables, que es lo mismo que no haber sufrido contratiempos reseñables. Sin embargo, todo lo anterior palidece ante una noticia de las que le cambian la vida a cualquiera: dejaremos de ser dos. Transito por una etapa cargada de cambios. El tren ya está encajado en las vías. No me ha tocado el gordo, pero sería indecoroso quejarme.