De críos pensábamos que todas las francesas eran así: rubias como la cerveza, hermosas desde la cuna, asomando detrás de una mirada maliciosa, con piel de porcelana. Como Brigitte Bardot. Cuando Francia era un lugar exótico tan cercano al otro lado de Hondarribia o Irún, y tan lejano al mismo tiempo, nos quedábamos fascinados contemplando sus fotos en la revista Diez Minutos.