La historia olvidada de California que desmonta la Leyenda Negra: así frenó España a Rusia con un ejército catalán

A mediados del siglo XVIII, dos imperios, el español y el ruso, se encontraron en una silenciosa carrera por el control de la costa del Pacífico de Norteamérica. Esta pugna, hoy casi olvidada, dio lugar a la colonización de la Alta California en 1769 a través de un modelo de expansión que choca frontalmente con la tradicional Leyenda Negra española. Así lo ha explicado el historiador Òscar Uceda, de la asociación de historiadores Antoni Capmany, quien detalla una historia protagonizada por misioneros franciscanos y un contingente militar catalán que no buscaba la aniquilación, sino la integración de las poblaciones nativas. El método de expansión español en el siglo XVIII ya no era el de la conquista a sangre y fuego de figuras como Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Según explica Uceda, un cambio legal fundamental se produjo con las “Ordenanzas de descubrimientos, población y pacificación de las Indias” de Felipe II en 1576. Estas normativas establecieron un modelo incruento donde el primer contacto con las poblaciones indígenas debía ser realizado por religiosos, principalmente franciscanos tras la expulsión de los jesuitas, y no por militares. El objetivo era claro, y como resume el historiador, la nueva filosofía se basaba en que “más que vencer, había que convencer”. Este sistema se organizaba en torno a la misión y el presidio. Los frailes establecían el primer contacto para evangelizar, pero también para crear centros de desarrollo. Las misiones funcionaban como centros de formación profesional donde los indígenas aprendían nuevas técnicas de agricultura, ganadería y metalurgia. A una distancia prudencial, se instalaba un presidio, un pequeño fuerte con una guarnición militar mínima, lista para intervenir solo en caso de problemas graves, pero manteniendo su distancia del proceso de conversión. Con el tiempo, estas misiones pasaron de ser pequeños asentamientos a convertirse en grandes centros de producción con miles de cabezas de ganado y vastas extensiones de terreno cultivado. Dos factores impulsaron la colonización de la Alta California. Por un lado, la expulsión de los jesuitas en 1767 por orden de Carlos III dejó sin dirección las misiones ya existentes en la península de Baja California. Por otro, las noticias que llegaron a la corte de Madrid sobre el avance del Imperio Ruso, que tras alcanzar Siberia había cruzado el estrecho de Bering y establecido asentamientos en Alaska. La Corona española, que consideraba toda América como propia, vio este movimiento como una amenaza directa a sus intereses en el norte del virreinato de Nueva España. La respuesta de Madrid fue encargar una expedición para asegurar la región y frenar a los rusos. La misión fue confiada a una figura clave, el fraile mallorquín Fray Junípero Serra, quien lideraría a los franciscanos para fundar nuevas misiones. La parte militar recayó en el noble catalán Gaspar de Portolà, nacido en Os de Balaguer y de familia aranesa, quien comandaba a los Dragones de España y a una unidad de fusileros de montaña, la Compañía de Voluntarios Catalanes. El objetivo era encontrar el puerto de Monterey, avistado en el siglo XVII, para establecer allí una base de operaciones y expandirse hacia el norte. La expedición, que partió por tierra y mar, no logró encontrar Monterey en su primer intento y acabó llegando mucho más al norte, hasta la bahía donde más tarde se fundaría San Francisco. En su regreso hacia el sur, establecieron en 1769 la primera misión y presidio de la Alta California: San Diego. Este fue el germen de una cadena de 21 misiones que hoy son el origen de grandes ciudades californianas y que sirvieron como barrera efectiva contra la expansión rusa, llegando a establecer un fuerte en Nutka (actual Vancouver), el punto más septentrional del dominio español. El historiador Òscar Uceda subraya el éxito de este modelo. En el momento de la independencia de México, las misiones habían integrado a decenas de miles de indígenas y gestionaban una economía floreciente, con más de 60.000 cabezas de ganado vacuno solo en California. La población indígena no solo no había mermado, sino que formaba parte de una nueva sociedad. Sin embargo, este paradigma se derrumbó tras la guerra entre México y Estados Unidos, cuando California fue anexionada por los norteamericanos en 1848. El descubrimiento de oro desató una fiebre que atrajo a miles de colonos y cambió las reglas por completo. El nuevo poder angloamericano no buscaba la integración, sino la tierra. Los indígenas, a sus ojos, eran un estorbo. El primer gobernador norteamericano de California, Peter Hardeman Burnett, lo expresó sin rodeos en 1851, anticipando una política de aniquilación. Como recuerda Uceda, Burnett llegó a afirmar que debía esperarse a que “se siga librando una guerra de exterminio entre razas hasta que la raza india se extinga”. Esta declaración oficializa un cambio radical de política que llevó a una matanza y a la práctica desaparición de la población nativa de California. Este episodio histórico, documentado y divulgado por Uceda, ofrece una perspectiva muy diferente sobre la administración española. Demuestra la existencia de un modelo de colonización que, lejos de buscar el genocidio, promovió la integración y el desarrollo de las comunidades indígenas. El contraste con el posterior modelo anglosajón en la misma tierra es, según el historiador, una prueba contundente que obliga a reflexionar y a matizar la Leyenda Negra que ha pesado durante siglos sobre la historia de España.