El verdadero origen de las doce uvas de Nochevieja: así nació la tradición más española

La costumbre de comer doce uvas al son de las campanadas en Nochevieja es una de las tradiciones más arraigadas de la Navidad española. Sin embargo, su origen no es tan antiguo como podría pensarse, según explica el cronista de Cartagena, Pepe Sánchez Conesa, quien desvela que la costumbre nació por un excedente de cosecha en Alicante y la necesidad de darle salida. El cronista sitúa el nacimiento de esta práctica en la comarca del río Vinalopó, en Novelda (Alicante). Los cosecheros de la zona se encontraron con un exceso de producción de uva que no podían vender, ya que el mercado estaba saturado tras la vendimia de septiembre. Para dar salida a la producción y evitar que se pudriera, decidieron adoptar "una costumbre que tiene la aristocracia francesa", explica Sánchez Conesa. La idea se fue popularizando poco a poco, pero el "espaldarazo" definitivo llegó con las retransmisiones de Televisión Española desde la Puerta del Sol en los años 60, que la consolidaron como un rito nacional. Antes de que las uvas se convirtieran en las protagonistas, la noche del 31 de diciembre estaba marcada por otra tradición hoy casi olvidada: los adagios. Sánchez Conesa los describe como un juego de emparejamiento que se celebraba en casas o durante los descansos de los bailes de Nochevieja por toda España. El juego consistía en sacar de una bolsa papelitos con los nombres de los mozos y de otra, los de las mozas. Una "mano inocente" formaba parejas y les asignaba un "adagio", un pareado de contenido erótico que esa noche "estaba permitido", según el cronista. A partir de ese momento, el chico "tenía la obligación de galantear con la chica". El cronista afirma que de aquellos juegos "salieron noviajes", como le contaba la gente mayor de la comarca. La comunidad a veces "hacía un poco de trampa" para unir a parejas que se gustaban pero cuyos pretendientes eran demasiado tímidos para declararse, convirtiéndose en el empujón que necesitaban. Este juego tenía una función social profunda, como leía Sánchez Conesa al antropólogo Carmelo Lisón. Era un recordatorio para los jóvenes de la  necesidad de emparejarse y asegurar el futuro de la comunidad: "La comunidad local necesita nueva gente que continúe la propia comunidad, si no, nos extinguimos". En cuanto a la tradición de los Reyes Magos, el cronista destaca la importancia de los autos de Reyes Magos, representaciones teatrales sobre la adoración al niño Jesús. De hecho, el primer fragmento de teatro en español, encontrado por Menéndez Pidal en el siglo XIII, pertenece a una de estas obras. Estas obras, representadas en verso y a caballo, eran un acontecimiento en pueblos y ciudades. Con el tiempo, el foco se trasladó a los regalos, que en la posguerra eran mucho más humildes. Sánchez Conesa recuerda cómo los niños recibían figuritas de barro que los "traperos" les daban a cambio de ropa o calzado viejo. Aquellos regalos sencillos, según el cronista, obligaban a los niños a "imaginarlo todo" y "construir historias", algo que contrasta con la tecnología actual que "te lo da todo hecho". Un recordatorio del valor de las tradiciones y de cómo han evolucionado con el tiempo.