Saihanba no siempre fue verde. Durante siglos fue un desierto que amenazaba al norte de China con tormentas de arena cada primavera. Hoy, tras seis décadas de trabajo manual y una de las reforestaciones más ambiciosas jamás intentadas, esa extensión árida se transformó en un bosque que frena al desierto de Hunshandak, protege a Beijing y demuestra que la restauración ambiental a largo plazo sí es posible.