El punto de partida fue un reto inesperado: crear un caligrama sin letra. Sones de mariachi no es una canción cantada, sino una obra sinfónica. Ante esa ausencia de palabras, Elisa encontró el material esencial en las notas musicales mismas. La partitura se convirtió en su lenguaje, en su paleta de colores, en el alfabeto con el que construiría la obra.La investigación la llevó a conocer más sobre Blas Galindo y el contexto histórico en el que compuso. En una entrevista, el compositor relataba que, tras la Revolución mexicana, era casi imposible conseguir papel pautado. Para poder escribir música, tuvo que buscar una herramienta especial: la “manita”, una pluma con cinco puntas capaz de trazar un pentagrama completo de una sola vez. Esa anécdota marcó profundamente a la artista.Intrigada y fascinada, Elisa emprendió la búsqueda de esa herramienta hasta conseguirla. No solo la utilizó en su función original, sino que la convirtió en un instrumento expresivo. Primero trazó pentagramas rectos; después, permitió que esas cinco líneas se transformaran en caligrafía, textura y sombra. Toda la capa final del dibujo está realizada con la manita, como un gesto de diálogo directo con el proceso del compositor.La música despertó en ella una sensación de libertad y desprendimiento. Esa emoción la llevó a pensar en la ecdisis: el proceso mediante el cual algunos animales se despojan de su exoesqueleto para poder crecer. De ahí nació la imagen central de la obra: una anatomía que se libera de una piel antigua, no desde lo físico, sino desde lo metafísico y espiritual.En ese exoesqueleto abandonado, Elisa integró las notas de Blas Galindo. Las reinterpretó desde su propia experiencia musical, marcada por estudios de piano y canto coral, y las transformó en trazos que, desde cierta distancia, parecen borrosos, casi como si el ojo tuviera que esforzarse para ver. Un efecto visual que remite a la abstracción misma de la música.Para la artista, el proceso fue una forma de desaprendizaje: soltar información, identidades y cargas que ya no corresponden. Al terminar la obra, sintió una profunda paz, similar a la armonía que se genera cuando una orquesta logra equilibrar todos sus instrumentos al mismo tiempo.La reflexión se extiende al amor, a la razón y al espíritu. Así como la música convierte simples líneas y puntos en emoción, el ser humano intenta constantemente traducir lo abstracto y lo invisible en algo que pueda compartirse. El pentagrama, concluye Salas, es una de las grandes conquistas culturales que permiten que la emoción sobreviva al tiempo.La obra de Elisa Salas no solo rinde homenaje a Blas Galindo, sino que amplía su legado. Sones de mariachi vuelve a estremecer, ahora desde la imagen, como testimonio de que el arte puede renacer al desprenderse de lo que ya no necesita. Una pieza que habla de transformación, memoria y libertad, y que confirma que la música, como el espíritu, siempre encuentra nuevas formas de manifestarse.Escucha esta entrevista completa en “El Arte de la Canción: Segunda Temporada” Celebrando los 80 años de la Sociedad de Autores y Compositores de México en Milenio Televisión.