¿Quién era el anciano ciego, de modesta apariencia y afable bondad, como salido de un cuadro de Murillo, que me apremiaba en la Puerta de Jerez? Era la tarde del veinticuatro de diciembre, ya había caído el sol y una bruma espesa, trenzada con el humo de los puestos de castañas, envolvía la ciudad, ya huésped de las nieblas. Tocado con un sombrero de ala ancha y una breve esclavina, agitaba su bastón con urgencia solicitando ayuda. «Por el amor de Dios, tengan sus mercedes la caridad de apiadarse de este viejo siervo del Señor, que hoy nace el Salvador y es la noche fría». Se había perdido y necesitaba transporte, venía de San Telmo donde había buscado a un... Ver Más