La Tierra está 'regalando' su atmósfera a la Luna: así es cómo lo hace

En lo que podría calificarse como un extraordinario alarde de generosidad interplanetaria, la Tierra lleva miles de millones de años compartiendo su aire con la Luna. Y lo hace, además, gracias a la misma herramienta con la que nos protege de la radiación solar: el campo magnético. El hallazgo, recién publicado en 'Nature Communications Earth & Environment', acaba de ser anunciado por un equipo de astrofísicos de la Universidad de Rochester. Hasta ahora, se pensaba que el escudo magnético terrestre actuaba como una barrera que impedía que nuestra atmósfera escapara al espacio, pero los datos dicen lo contrario: ese escudo funciona también como un embudo, una 'autopista' invisible que transporta partículas terrestres directamente hasta la superficie lunar. Desde que los astronautas del programa Apolo trajeran a casa varios kilos de roca y polvo lunar (el famoso regolito), los científicos se han estado preguntando cómo es posible que esas muestras contengan una cantidad tan alta de elementos volátiles, especialmente nitrógeno y gases nobles que, sencillamente, no deberían estar ahí. La razón es que la Luna, técnicamente, no tiene una atmósfera como la nuestra sino una exosfera, una capa extremadamente tenue de gases que, en su mayor parte (cerca del 70%, según recientes investigaciones del MIT), se debe a la 'vaporización por impacto'. Es decir, micrometeoritos que golpean el suelo lunar y levantan polvo y gas. El 30% restante siempre se ha atribuido al viento solar, el chorro de partículas cargadas que emana continuamente de nuestra estrella. Pero las cuentas no terminaban de cuadrar. El viento solar y los meteoritos, en efecto, no podían explicar por sí solos la composición isotópica del nitrógeno hallado en las muestras traídas por los Apolo. Eso tenía que venir de otro sitio. Y ese sitio, empezaron a sospechar algunos, podía ser la Tierra, aunque nadie imaginaba a través de qué mecanismo. Se aventuraron distintas hipótesis. Un estudio de 2005 de la Universidad de Tokio, por ejemplo, sugería que este trasvase de atmósfera terrestre a la Luna solo habría sido posible en los albores del Sistema Solar, cuando la Tierra aún no tenía un campo magnético fuerte. La lógica, de hecho, dictaba que, una vez 'encendido' el escudo magnético, la fuga de atmósfera se habría detenido. De escudo a cañón Y aquí es donde entra en escena el equipo de la Universidad de Rochester, liderado por el geofísico John Tarduno. Para encontrar la verdad, los investigadores hicieron simulaciones de dos escenarios distintos: una 'Tierra primitiva' sin campo magnético y azotada por un viento solar feroz; y una 'Tierra moderna', con su potente escudo magnético en marcha y un viento solar mucho más suave. «La simulación de la Tierra moderna -escriben los investigadores- encajaba mucho mejor con los datos. Y la razón fue toda una sorpresa: el campo magnético no estaba bloqueando la salida de partículas, sino que las estaba canalizando. El mecanismo es violento y elegante a la vez. El viento solar golpea nuestra atmósfera y arranca partículas cargadas (iones). Pero en lugar de perderse en el vacío, esas partículas quedan atrapadas en las líneas del campo magnético terrestre. A lo cual se añade que nuestra magnetosfera no es una esfera perfecta; la presión del viento solar la deforma y la estira por el lado nocturno de la Tierra, hasta darle el aspecto de una gigantesca cola de cometa. Y es ahí, en esa 'cola', conocida como 'magnetocola', donde ocurre la magia. Cuando la Luna, en su órbita de 28 días, pasa por detrás de la Tierra (durante la fase de Luna llena), atraviesa esa cola magnética. Y así, durante unos cinco días al mes, nuestro satélite recibe una lluvia directa de iones terrestres (nitrógeno, oxígeno y otros volátiles) que viajan por esa 'autopista' magnética hasta que se estrellan y quedan atrapados en el suelo lunar. La Luna se oxida, y es culpa nuestra El nuevo estudio encaja a la perfección con otras piezas del 'puzle' que han ido apareciendo en los últimos años. En 2020, por ejemplo, el investigador Shuai Li, de la Universidad de Hawái, dejó atónita a la comunidad científica al anunciar que había encontrado hematita en la Luna. Es decir, básicamente, óxido de hierro. Pero para que el hierro se oxide hacen falta oxígeno y agua, dos cosas que, en la Luna, escasean. Li propuso entonces que el oxígeno necesario para 'oxidar' la Luna procedía de la atmósfera superior de la Tierra, navegando a través de la magnetocola, tal y como confirma ahora el modelo de Rochester. La magnetocola, además, actúa como un escudo protector 'temporal' (cinco días al mes) para la Luna, bloqueando el viento solar (que es rico en hidrógeno y dificulta la oxidación) y permitiendo que el oxígeno terrestre haga su trabajo. Es decir que, literalmente, estamos 'oxidando' a nuestra vecina cada vez que hay Luna llena. Una cápsula de tiempo Las implicaciones del hallazgo son fascinantes. Porque si resulta que este proceso ha estado ocurriendo durante miles de millones de años, entonces el suelo lunar no es solo polvo inerte. Es un fiel registro fósil de la atmósfera de la Tierra. La atmósfera de nuestro planeta ha cambiado drásticamente a lo largo de las eras geológicas. Hubo un tiempo sin oxígeno, luego vino la Gran Oxidación, después cambios en los niveles de nitrógeno... Cada una de esas etapas habría enviado una mezcla química diferente hacia la Luna, y todo eso habría quedado grabado en las capas del regolito lunar. En otras palabras, tal y como sugieren los autores del estudio, la Luna se convierte así en una 'cápsula del tiempo'. Y si somos capaces de perforar en su superficie y analizar las capas profundas del suelo lunar en futuras misiones Artemis, entonces podríamos leer la historia química de la Tierra de una forma totalmente nueva y que es imposible de hacer 'aquí abajo', donde la erosión y la tectónica de placas han borrado las huellas para siempre. Ya había muchas razones para volver a la Luna. Y a partir de ahora, tenemos otra más.