El cerdo volador

A finales de 1976 la banda británica de rock Pink Floyd, icono cultural del siglo XX, buscaba una portada impactante para su disco Animals, que estaba a punto de publicarse. Roger Waters, cofundador del grupo, eligió la central eléctrica de cuatro chimeneas de Battersea, en Londres, y junto a ella a un cerdo que representaba a la clase política de aquel país. Para publicitar el álbum, instalaron un gorrino volador hinchable de 18 metros –llamado ‘Algie’– sobrevolando la fábrica y contrataron a un francotirador, por si el globo gigante salía volando, que lo abatiera. El 3 de diciembre, para ahorrarse unas libras, le dijeron al tirador que no hacía falta que ese día trabajara. Pero la Ley de Murphy es implacable y una inesperada ráfaga de viento rompió los amarres de aquella mole porcina de helio, que cual santo ascendió hacia los cielos. En los minutos siguientes, el cerdo volador gigante la lió parda: entró en el espacio aéreo comercial del aeropuerto de Heathrow y los vuelos tuvieron que ser suspendidos. El pánico fue tal que hasta la RAF (la Real Fuerza Aérea británica) desplegó a sus cazas para abatir al cochino inflable, que subía y bajaba y se ocultaba entre las nubes, juguetón. La publicidad para Pink Floyd fue impagable: en Londres no se hablaba de otra cosa y los residentes oteaban el horizonte, en busca de ‘Algie’. A los tres días, el zepelín aterrizó en una granja, en Kent. El dueño de la finca, somnoliento, se frotó los ojos. Incrédulo, vio a un gorrino grande como un camión suspendido sobre sus cerditos y vacas. «Dios mío, tengo que dejar la ginebra», debió pensar.