Fue el hombre que pudo resistir el paraíso y, afortunadamente para los mallorquines, nos lo enriqueció en grado máximo. Qué duda cabe que el escritor extranjero o, por su idiosincrasia, más mallorquín, pese a no serlo y más importante que hemos tenido viviendo en Mallorca fue Robert Graves. Hará casi cuarenta años fui de Palma a Deià en bicicleta hasta la puerta de su casa deianenca, su hijo me dijo, creo que era William, que estaba enfermo. No pude verle y le dejé un librito de poemas suyo, en inglés, muy raro, que había comprado en la añorada librería Fiol, en la calle Olmos, establecimiento que tantos años nos entretuvo a muchos, por ejemplo a Cristóbal Serra.Como es archisabido, Robert Graves y Laura Riding llegaron a Deià en 1929, por recomendación de Gertrude Stein, primero estuvieron alojados en el hotel Royal, a razón de diez pesetas la noche, pero un retratista alemán que vivía en la miseria les recomendó que se fueran a vivir a Deià entre otras razones porque el kilo de pescado costaba allí veinte céntimos. Luego reconstruyeron, tras pagar setenta mil pesetas, una casa (Ca n’Alluny) y con la Guerra Civil encima tuvieron que irse de nuestra Isla, para volver, Robert, en 1946 –tras la Segunda Guerra Mundial– con Beryl su mujer (al volver años después encontró su casa tal y como la había dejado o incluso mejor, se la habían cuidado los vecinos): estas cosas nos dejan anonadados en estos tiempos sin ley en los que cualquiera puede ocupar o inquiocupar una casa. Nuestro protagonista tenia setenta años cuando le contó a ese excelente y muy intuitivo periodista que fue Antonio Pizá (1966) que «en Mallorca he escrito casi la totalidad de mi obra. Vine aquí a buscar la paz y la he encontrado». Se levantaba don Roberto como a las ocho y se desayunaba un pa amb oli, luego se ponía a elucubrar lo que ya estaba medio elucubrado o soñado y se sentaba en su ascética mesa de madera a escribir no sobre lo humano, que de eso estaba bien harto, sino sobre todo trataba de acercarse a lo divino de muchas formas: escribiendo poesía o sobre la diosa blanca o reviviendo ritos ancestrales o sobre los hongos o cuidando mucho su pequeño huerto y sus lechugas, fabricando el abono como hacían los payeses.Graves dijo muchas veces que en Mallorca encontró el paraíso, lo encontró porque nos vino con una enorme riqueza interior que ensambló con el paisaje de la Isla y las costumbres y vida cotidiana de sus habitantes. La simbiosis fue perfecta. Ya casi no nos quedan mallorquines de pura cepa, ni vendrían escritores como los que vinieron a Mallorca porque podían vivir muy tranquilos entre los olivos centenarios y su paisanaje. Nos hemos cargado del todo nuestra Isla (más España entera) y, con la puntilla del multiculturalismo, eso ya no tiene reversión: no vendrá por aquí otro Robert Graves, pero ni de coña. Hay que declarar al humano-mallorquín de toda la vida especie protegida. Solo hay una cosa que Robert Graves no encontró en Mallorca, una tetera eléctrica. Que tengan ustedes una Feliz Navidad y que el año que viene sea bo i grosso.