En cuestión de narrativa, el último se lleva todo el mérito, acapara melancólicos ditirambos y hasta se vuelve legendario. ¡El último mono! El penúltimo desaparece sin pena ni gloria, deja vía libre al célebre último. Nadie habla del penúltimo mohicano, el penúltimo tango, la penúltima cena, el penúltimo suspiro o el penúltimo día, que es hoy. El prestigio literario de los últimos, que además serán los primeros según Jesucristo, es invencible y definitivo. Vale, pero ¿y los penúltimos? Porque los penúltimos van antes que los últimos, y han tenido que desaparecer previamente para de exista el último. A nadie le importa. El último mono ya mencionado es más prestigioso intelectualmente que el penúltimo sabio, y el último cobarde más que el penúltimo héroe. Se escribe la historia del último dinosaurio del planeta, al penúltimo que le den, se queda en sabandija. El último, aunque sea el último cigarrillo, tiene una grandeza trágica de la que nunca disfrutará el penúltimo. ¿Significa eso que, puesto que todo lo que empieza finaliza (yo lo sé porque me lo explicó mi abuela de pequeño), estamos obsesionados, y a veces maravillados, con los finales de las cosas? Podría ser, hay bastantes argumentos que lo avalan. La extravagante idea de la finalidad, que tenemos grabada en el cerebro y los cromosomas, y que a su vez contiene la de finitud, ajena al resto de las criaturas del mundo. Derivada seguramente de esta idea, la no menos extravagante convicción de que el final de la cosa es lo que da sentido a la cosa, sea lo que sea esa cosa. Que si es la vida, cuyo final engendró todas las religiones y casi toda la filosofía, pasa a llamarse destino. Así, todas las novelas tratan del final de algo, que ya suele estar implícito en el primer párrafo y hay que desarrollarlo hasta el punto final. Y desde el Apocalipsis bíblico, llevamos milenios imaginando el fin del mundo, actualmente un género literario. Nada produce tanta narrativa como el último día. Nos han contado mil veces la historia del último hombre, que desde hace apenas cuatro días ya podría ser una mujer. Del penúltimo hombre, o mujer, ni una palabra. No celebramos haber llegado vivos al penúltimo día del año. Es injusto. Igual por eso ya no hay finales felices, a los que yo era muy aficionado. Podría ser, quizá.