De Valencia a Madriñán, una «cuestión climática»

En Portos, una aldea de la parroquia lalinense de Madriñán, el día se cuenta de otra manera. No empieza con tráfico ni con prisas, sino con lo que Yarima describe como «sentir el canto de pájaros, sentir el río pasar, escuchar el agua», y con esa idea, tan simple y tan difícil de recuperar, de vivir lejos de «esa contaminación de la ciudad». «Aquí siembras y todo se da por castigo, es una tierra muy fértil», se maravilla. En ese paisaje, ella y su pareja, Álvaro, han ido poniendo fechas, rutinas y nombres propios a su decisión de mudarse al rural gallego para quedarse. Otro granito de arena contra la sangría demográfica; no hay que olvidar que Portos tiene en el último padrón treinta vecinos, una decena menos que hace diez años.