A sus 96 años, Luisa Encina Escobar ha vivido casi un centenar de Navidades, cada una con sus luces y sus sombras. Desde la residencia de Córdoba donde vive, su testimonio es una lección de vitalidad que demuestra que la ilusión no tiene edad. A pesar de las pérdidas y las dificultades, afronta estas fechas con una perspectiva única, equilibrando la nostalgia por lo vivido con la esperanza de lo que está por venir. En su memoria se agolpan recuerdos de todo tipo. Ha sufrido desgracias como todos en la vida, pero también ha gozado de momentos felices. "He tenido muchos hijos muy buenos, nos hemos juntado muchísimo toda la familia, y lo hemos pasado en las Nochebuenas muy bien", explica. Para Luisa, la vida es un constante avance donde, a la par que se pierden seres queridos, surgen nuevas alegrías como los nietos, que se convierten en "recuerdos muy bonitos para cuando ya te haces mayor". Al mirar atrás, Luisa echa en falta valores que, según ella, se han ido perdiendo con el tiempo. Lo que más lamenta es la erosión del "respeto y el cariño". Recuerda con nostalgia las casas de vecinos de Córdoba, que funcionaban como una gran familia. "Llegando esta Nochebuena, se salían a los patios y se hacía todo un fuego, lo compartíamos todo, la bebida mientras se cantaba", evoca. Esa comunidad de antaño contrasta con la vida actual, que percibe como "cada día más independiente". Cree que antes, aunque había menos recursos materiales, la vida era "más sana" y las cosas se valoraban más. "Se está perdiendo ya todo el respeto", insiste con pesar, una de las reflexiones que más le preocupan de la sociedad moderna. A pesar de reconocerse como "un poco pesimista", Luisa tiene una capacidad asombrosa para sobreponerse. "Lo recupero todo enseguida y lo veo todo cada día más bonito", asegura. Esta fortaleza le permite ver la ciudad iluminada por Navidad y sentir que sus ojos se convierten en los de la niña que fue, apreciando la belleza en cada rincón. Su filosofía de vida es un faro de esperanza. "Vivo con mucha ilusión", confiesa con una sencillez que desarma. Lejos de pensar en el final, su mente está puesta en el futuro: "En vez de estar pensando en que me queda poco, pues yo me creo que voy a seguir viviendo mucho más". Esta vitalidad se refleja en su día a día en la residencia, donde vive desde los 92 años. Allí descubrió una nueva pasión pasados los ochenta: la pintura. Sin haber ido a ninguna academia, empezó a colorear y a dibujar, llenando cuadernos enteros con sus creaciones. Además, participa activamente en las actividades del centro, como las excursiones a Sevilla o Málaga. No todas sus navidades fueron fáciles. La muerte de su madre cuando ella tenía solo 11 años sumió a la familia en un luto que, como era costumbre antiguamente, se guardaba durante mucho tiempo, tiñendo las Nochebuenas de tristeza. Sin embargo, con el tiempo, la alegría regresó y pudo vivir celebraciones inolvidables. El mayor tesoro para ella ha sido siempre su familia. "He tenido la suerte de que he podido coger a mis 5 hijos en mi casa todas las Nochebuenas", recuerda con orgullo. Hoy, con la familia dispersa por la geografía española, con hijos en Canarias y Almería, la logística ha cambiado, pero no el espíritu. Ahora, organizan las fiestas para poder verse. "En las Nochebuenas junto a unos pocos, y para las Nocheviejas, a otros", detalla. Sus hijos y nietos la visitan cada semana y se la llevan a casa, manteniéndola integrada en todos los eventos familiares. Pese a los "achaques y las alergias", como ella misma admite, Luisa sigue adelante "con todo", demostrando que la verdadera Navidad reside en el espíritu y en las ganas de seguir celebrando la vida.