Es una alegría siempre acercarnos a oír a los que seguramente pasan por ser los mejores músicos jóvenes de Andalucía (la OJA , la orquesta hermana, se nutre básicamente de estos mismos jóvenes). Además, su calidad suele estar asegurada porque han de pasar una prueba cada año, de manera que no haya quien se duerma en los laureles. Y estos cortafuegos damos fe de que funcionan, como pudimos comprobar al oírlos en conjunto. Otra cosa es quien los dirija. Y ahí demostraron también lo buenos músicos que son, tirándose al río al que los condujo Guggeis . Seguramente muchos habrán tocado camerísticamente obras de Brahms, tal vez en alguna orquesta del conservatorio, o simplemente tienen devoción por su música, y no sería de extrañar. Y se habrán sentido horrorizados ante la lectura que hizo de sus ' Variaciones sobre un tema de Haydn' op. 56a : porque no sólo está dirigiendo la orquesta que fundó Barenboim, sino que este lo nombró su asistente en la Ópera Estatal de Berlín en 2016: ¿y no lo oyó nunca dirigir a Brahms? ¿no escuchó siquiera la versión del maestro en disco? Brahms es vida, es energía, son texturas corpulentas y recias, y lo que nos ofreció Guggeis fue una lectura trivial, ligera, perfumada e inane , basada en un oleaje de variados grosores. ¿No oyó en Barenboim el seguimiento de las melodías o aprendió a distinguirlas de los acompañamientos? ¿No se fijó en el fraseo de las variaciones que no consistían en un vaivén de dinámicas, caprichosas y sin sentido? A la amanerada orquesta la esperábamos en el final, tan brahmsiano, que quedó reducido a una terminación que raramente diríamos que es el fortísimo que exige la partitura. Primaba la sensación en algunos momentos de que estaba dirigiendo un ballet, coreografiado incluso por su modo de dirigir. Por cierto, aunque va cambiando el modo de vestir de algunas orquestas, solistas o directores, sigue primando el negro para pretender anular la presencia de los músicos y quedarnos sólo con su música. Hasta ahora no creemos haber visto a ningún director, ni siquiera directora, presentarse ante el público con unos calcetines rojos con brillos , algo inconcebible por el nivel de distracción que supone, motivo por el cual todos los demás van de riguroso negro. El mundo tan distinto de Ravel parecía llenarlo más. En la 'Shérérazade' M.41 la imaginación, la sugestión, la evanescencia de las imágenes, el dibujo de ese mundo oriental soñado que recoge 'Asie' encajaba mejor con la riqueza colorística de la orquesta, con la soltura de sus ritmos y sobre todo por el juego de colores orquestales salidos de la paleta raveliana y que supo Guggeis traslucir. Quizá algunos quedaron a veces lejanos, pero cubrieron el canto de la mezzo con primor para no sobrepasarla. Precisamente el canto fue un punto de inflexión en el recital, por la fascinación que sentimos hacia esta joya olvidada de Ravel. Las cualidades requeridas para la voz que la cante las resume el compositor en una carta a Ernest Ansermet , donde elogia la interpretación de Madeleine Grey en estos términos: «Es una de las intérpretes más notables; bonita voz, bastante potente y muy clara», requerimientos cumplidos por Corinna Scheurle , además de la forma de recitarlos: «Un año después de 'Pelléas y Mélisande' , ¿cómo no concebir una nueva recitación, aligerada, flotando sobre la orquesta, cediendo a la libertad del verso libre klingsoriano?» (Beltrando-Patier). Con una voz en la que la amplia tesitura era cubierta por la orquesta cuidando un color homogéneo, alcanzando los agudos con naturalidad y escondiendo su dificultad, Scheurle nos ofreció un momento mágico y atractivo. Echamos en falta, una vez más, los sobretítulos que hubieran mostrado los versos 'libres' de Klingsor , de los que Ravel quedó prendado. Por ejemplo, la pertinaz anáfora con la que empezaban los deseos en'Asie': «Me gustaría ver…» y cada pretensión resultaba más apremiante. Creímos que habíamos llegado al cenit de lo esperado, pero pareció el director pareció tomarse ese reconstituyente mágico de los descansos, o salió su doble, el caso es que aquello cambió radicalmente y la orquesta parecía otra (insistimos, siguiendo estrictamente las órdenes del director). Y esta vez acertó de lleno: la 'Sinfonía nº 5 en Re menor op. 47 de Shostakovich es técnicamente muy difícil, máxime para unos jóvenes sin mucho repertorio orquestal; pero el director supo situarla, teniendo en cuenta el proceso evolutivo que parte del primer movimiento, en modo menor, en la oscuridad, en la incertidumbre, hasta el final triunfante, verdaderamente arrebatador. Seguramente en este desarrollo sinfónico los instrumentos también juegan un papel cenital para la credibilidad del relato. La flauta solista se alzó desde 'La flute enchantée' ('Shéhérazade') como un puntal desde el que pivotaría ese color, esa intención hacia otro compañero, caso en este inicio de la clarinetista, también joven destacada durante todo el concierto, especialmente también al principio del tercer movimiento. Pero la oscuridad es iniciada por los chelos y contrabajos, que luego iniciarán también el segundo movimiento; a ellos se les irá sumando el resto de la cuerda y ya en este inicio Shostakovich nos muestra su maestría orquestal al atribuir el segundo tema (después de los violines) a las violas en una posición aguda, acompañadas por el arpa, todo lo cual añadía un color diferente. Luego las trompas, trombones , recordando la melodía principal, trompetas muy precisas, pero aún más mérito tiene que digamos esto de la tuba , que estuvo muy muy clara y contundente, alcanzando su plenitud en el estelar y triunfante cuarto movimiento. Luego el oboe , que también estuvo muy activo, con un momento especial al enunciar un tema sobre un trémolo de la concertino , quien a su vez fue muy aplaudida -muy certeramente- por sus distintas intervenciones, tanto 'a solo' como con toda la orquesta. Sólo su 'vibrato' muy marcado -personalmente- nos resultó muy presente. Pero advertimos en la cuerda en general una sensación de tersura, de claridad, de intensidad hasta en los momentos de dinámicas más bajas, que de nuevo nos distanciaba de la blandura Brahms. No nos gustaría que olvidásemos a nadie ( flautín, clarinete bajo, fagot, contrafagot, toda la percusión… ). No se trataría de que todo el mundo saliese en la foto, como en una orla: es que todos merecen estar en ella. Por último, no podemos olvidar la gran labor del director con Shostakovich, explicitando con claridad cada recoveco de la compleja sinfonía, así como de sus intenciones, con ese final desbordante, donde los timbales parecían mover las bielas de un gigantesco barco hacia el horizonte de libertad con su solo tam tam.