Hace ya tiempo que es difícil sostener la existencia de un espíritu navideño cuando hay conflicto. La última vez igual fue en la tregua de unas horas que en 1914 se dieron -espontáneamente, no por iniciativa de sus mandos- en las trincheras los soldados que las padecían. Jugaron al fútbol, cambiaron regalos y se volvieron a pegar tiros durante casi cuatro años más.