El alud ocurrido este lunes en el entorno del Balneario de Panticosa, que ha provocado la muerte de tres montañeros muy experimentados, ha dejado al descubierto una realidad tan dura como incontestable: en un accidente de este tipo, cada minuto ha sido decisivo y el margen de maniobra ha sido mínimo. El operativo de rescate ha movilizado a numerosos especialistas de montaña, medios aéreos y guías caninos, y se ha desarrollado en un entorno aislado, sin cobertura y con riesgo permanente de nuevos desprendimientos. El primer aviso llegó entre las 13:00 y las 13:15 horas. La información inicial fue muy limitada: un alud en la cara oeste del pico Tablato, con cuatro personas sepultadas. La zona carecía de cobertura telefónica, lo que dificultó enormemente la comunicación. La primera activación correspondió al GREIM de Panticosa, al tratarse de su demarcación en el valle de Tena. Desde ese momento se asumió que se trataba de un rescate complejo, que requirió la movilización de más personal, guías caninos y un helicóptero con sanitario. “En este tipo de intervenciones no basta con un solo equipo; hay que implicar a muchas unidades y hacerlo con la máxima celeridad”, ha explicado el teniente Baín Gutiérrez, jefe del GREIM de Jaca. Mientras se desplegaban los medios de rescate, el propio grupo y otros montañeros cercanos iniciaron las labores de autosocorro. Ese factor fue clave. Permanecer sepultado bajo la nieve más de 15 minutos reduce las probabilidades de supervivencia en un 90%, siempre que no haya habido traumatismos graves, ha subrayado el teniente. En este caso, los montañeros portaban DVA, pala y sonda, lo que permitió iniciar de inmediato la búsqueda. “Esos primeros minutos son absolutamente decisivos. Si nadie interviene rápido, el margen de supervivencia se desploma”. El alud tuvo unas dimensiones de 700 metros de longitud por 300 metros de anchura, con zonas de depósito que alcanzaron entre 10 y 15 metros de profundidad. La nieve quedó muy dispersa, lo que complicó enormemente la localización de las víctimas. En los primeros momentos se constató que dos personas habían quedado sepultadas a gran profundidad y que una tercera había permanecido bajo la nieve entre 20 y 30 minutos. “Ha sido un tiempo crítico, decisivo para la supervivencia”, ha explicado el teniente. Ante la gravedad del escenario, se activaron refuerzos del GREIM de Jaca y Huesca. En total, 15 especialistas y dos guías caninos han participado en el operativo. La cuarta persona fue localizada gracias al trabajo de los perros, enterrada a entre tres y cuatro metros. Pese a las maniobras de reanimación, falleció por hipotermia. “La nieve y la altitud combinadas han hecho que la supervivencia haya sido prácticamente imposible en este caso”, ha subrayado Baín Gutiérrez. Una de las mayores dificultades del rescate fue trabajar en la misma ladera donde se había producido el alud. “Ese ha sido el mayor riesgo: hemos tenido que trabajar sabiendo que podía caer otro desprendimiento”, ha explicado. Y es que, para poder rescatar a los montañeros accidentados, es imprescindible garantizar un entorno seguro para los rescatadores. Aunque los protocolos de vigilancia de la parte superior estaban activos, un alud es impredecible, y a ello se han sumado la altitud, el descenso de temperatura y el esfuerzo físico constante de usar palas y sondas metálicas. El aislamiento del lugar fue un factor crítico. Las comunicaciones presentaron grandes dificultades incluso para los especialistas, que utilizaron varios sistemas de transmisión. “Incluso con tres tipos de emisoras tuvimos problemas para comunicarnos entre el helicóptero y los equipos en tierra”, explica el teniente. Esto refuerza la necesidad de que los montañeros lleven dispositivos satelitales o radiobalizas. “Hoy existen muchas herramientas que pueden salvar vidas en zonas sin cobertura”, ha explicado. El operativo no se limitó a las víctimas. También se atendió a los montañeros que salieron ilesos y a los que colaboraron en el autosocorro. “Fue fundamental garantizar su seguridad y cuidar su estado emocional”. El teniente ha explicado que los boletines de aludes son referencias orientativas. Las condiciones pueden variar según la orientación de la ladera, viento, humedad o insolación. “No es lo mismo una cara norte que una sur, ni zonas a barlovento o sotavento”. Por eso ha insistido en la necesidad de valorar la actividad con antelación y revisar constantemente las condiciones durante la jornada. Además del material obligatorio, el teniente ha destacado pequeños gestos que pueden marcar la diferencia, como no llevar dragoneras en bastones o mochilas para poder liberarse en caso de alud y mantenerse a flote. “La formación no puede ser solo teórica. Es imprescindible practicar con DVA, palas y sondas, y los perros entrenan a diario”, ha explicado. Para los aficionados, existen clubes de montaña, guías profesionales y cursos específicos. “La cultura de seguridad está creciendo en España, pero aún queda camino para que cualquier salida no se convierta en tragedia”. El alud del Balneario de Panticosa ha dejado tres víctimas y un mensaje claro: en la montaña invernal, trabajar —y sobrevivir— en un alud es siempre hacerlo contra reloj.