Cada primavera, cuando el frío empieza a retirarse, ocurre un pequeño milagro repetido: las golondrinas regresan. No a cualquier lugar, sino al mismo alero, la misma pared, el mismo rincón donde criaron el año anterior. Tras recorrer miles de kilómetros, encuentran su nido con una precisión que asombra tanto a científicos como a observadores casuales.