"Me siento más segura si tengo a mis padres al lado", admite María Díaz de Burgos, estudiante de periodismo de 21 años. "Pero si te protegen demasiado, luego tiene menos capacidad para gestionar tus cosas", tercia Helena Cantabella, de 23 años y recién graduada en Comunicación e Industrias Culturales. Tanto Maria como Helena forman parte de una generación de jóvenes adultos a la que a menudo los séniors colocan en el punto de mira y adjetivan con alegría: adictos a las pantallas, reaccionarios, "de cristal", disruptivos, infantiles, consentidos, sobreprotegidos... Esta última cuestión –la dependencia– ha irrumpido con fuerza en la conversación después de que el Vicedecanato de Prácticas de la Universidad de Granada colgara el ya célebre cartel de "no se atiende a padres: todo el alumnado matriculado es mayor de edad". Sin embargo, ¿qué piensa la otra parte de la ecuación sobre esta supuesta sobreprotección? ¿Se reconocen en ella? ¿O creen que se trata de un socorrido cliché con el que los mayores se divierten pontificando a costa de los jóvenes?