El desprecio

Esta cinta (Jean-Luc Godard, 1963) habla de la claudicación silenciosa en el trabajo, una renuncia progresiva que conduce no solo a la pérdida del amor, sino también a la del respeto propio y ajeno. En su mensaje de Navidad, León XIV denunció la reducción del ser humano a mercancía y llamó a rechazar el odio, la violencia y la confrontación, reivindicando una convivencia regida por normas compartidas. Su diagnóstico coincide con mi artículo Amélie en este periódico (U.H., 24/12); lógicamente no es inspiración divina, sino el análisis de una realidad tan evidente que acaba imponiendo conclusiones similares. Pero el mundo insiste en ignorarlas. Persisten tensiones globales, se multiplican las disputas comerciales disfrazadas de debates identitarios, y la pugna por el liderazgo internacional ha abandonado el pudor de justificar excesos. A ello se suma la normalización del insulto grosero y la descalificación sistemática del discrepante, convertido en enemigo interno, radical o antipatriota. La ley del más fuerte se aplica sin complejos, ignorando derechos y acuerdos internacionales, haciendo del abuso «por seguridad nacional» una forma de gobierno. Mientras, los ricos se hacen cada vez más ricos, se recortan ayudas y cooperación internacional. Emergen castas contemporáneas: unas circulan en aviones privados blindadas por privilegios; otras, esposadas en una bodega, despojadas de derechos humanos básicos. El resultado es un cóctel previsible: crisis regionales con impacto global y crecimiento de los extremismos. Al mismo tiempo, resurgen movimientos de justicia histórica, especialmente en África y el Caribe, donde la memoria ya no acepta silencios diplomáticos. ¿Hasta cuándo podrán ser sometidos? Confiemos que 2026 abra paso a la esperanza. En un mundo globalizado, cada intento de manipulación se hace evidente. La fuerza de los despreciados crece silenciosa, constante y terminará chocando contra un poder abusivo que no podrá ignorarlos.