Después de 12 meses de estrecha conversación y escucha activa con los lectores de CÓRDOBA y con nuestra sociedad diversa y plural a través de decenas de actos, de encuentros a corta distancia y datos, sobre todo muchos datos, no me sorprende que nuestra capital y su provincia acaparen en los últimos años la atención más allá de nuestros límites autonómicos. En realidad, esto siempre fue así desde el pasado y no voy a extenderme por los tiempos de los romanos, de los árabes... Hablo de ahora, de ese impulso que compartimos muchos cordobeses inconformistas de ahora, jóvenes y otros ya no tanto, que nos resistimos a quedarnos ensimismados en ese intimismo sereno de la identidad cordobesa, de su belleza y hospitalidad servicial; con esa pasividad provinciana y acomplejada (cada vez menos) con las grandes capitales de nuestro entorno, como Sevilla y Málaga, tan necesarias para un progreso común como nuestra vecina Extremadura. Este proceso de cambio natural, de relevo generacional que ha hecho de Córdoba una ciudad más diversa e inquieta en los últimos años, nos ha vuelto menos desconfiados, menos «melancólicos» como dijo Lorca, más abiertos, globales e innovadores. Pero aún queda mucho por hacer con demasiados barrios entre los más pobres de España, con necesidades vitales sin cubrir como el empleo, la vivienda o una asistencia social digna a los más vulnerables.